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viernes, 30 de noviembre de 2007

BACHILLERES

Cuando, tras recibir el premio Nóbel de Literatura, algún periodista mostraba su admiración por la vasta cultura de don Camilo José Cela, el escritor, que no concluyó carrera universitaria alguna, respondía, muy serio, que su secreto era que había tenido un “buen bachiller”.
En términos semejantes, y siempre ponderando la importancia de los conocimientos adquiridos durante su bachillerato, se manifestaba el polifacético Fernando Fernán Gómez, recientemente fallecido.El sistema español minucioso y exigente, formaba en el trabajo, la superación y disciplina, sin embargo, tras su reforma por obra y gracia de nefastos planes educativos los resultados de los bachilleres españoles han cambiado ostensiblemente.
Un informe de la agencia independiente PISA ( programa de evaluación internacional de alumnos ) indica que España es el país del mundo desarrollado que más empeoró desde la evaluación anterior, hace tres años, y el nivel de comprensión lectora de los estudiantes es uno de los más bajos de los 57 países examinados, habiéndose deteriorado significativamente en los últimos años.Paradójicamente un gobierno que se atribuye éxitos económicos inexistentes y agota recursos en sobornar ególatras y chantajistas de todo pelaje, elude toda responsabilidad y culpa del fracaso escolar a las familias. No obstante, esa actitud de los encargados de la política educativa es la que trae tan nefastas consecuencias para los que son el futuro de nuestra sociedad.
La clase dirigente no valora el esfuerzo y su único objetivo es “escurrir el bulto”, afanados en una supervivencia insostenible culpan al prójimo de su incompetencia colgándoles si es necesario una soga al cuello erosionando todo aquello que tocan.Aún van más allá, en un maquiavélico ejercicio de confusión fustigan a las sufridas familias que trasmiten nobles y sanos valores de modo que las personas sensatas y formadas pretenden ser sustituidas por una caterva de ciudadanos bobalicones e idiotizados fácilmente manipulables, de esos que caminan hipnotizados tras el oportuno señuelo, sea éste una pancarta, un megáfono o un mensaje simplista e incendiario.
Esta situación me recuerda a la reunión entre Cayo, el campesino genialmente retratado por Delibes autosuficiente en un medio hostil y aislado, y el timorato político, incapaz de sobrevivir cuando se enfrenta al mundo real.El gobernante incapaz disfraza su debilidad de desdén, su estrechez de miras de adanismo, su despreocupación por lo cercano de providencialismo, acabando por despreciar finalmente al pueblo al que dice servir.Nuestros jóvenes se quedan sin bases conceptuales ni referentes, así y todo, espero que algunos alcancen a encontrar el camino.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

EL LABERINTO BOLIVARIANO


García Márquez en el General en su Laberinto relata magistralmente los últimos días de Bolívar, un hombre enigmático y atormentado, culto y sofisticado, dudando, al final de sus días, de si su obra había conducido realmente a un destino mejor para su pueblo.
Unos nativos que tras su muerte y sin el distante parapeto de la Corona, quedaban a merced de los excesos de los sátrapas locales.
El libertador, protagonista de la novela, es un criollo de tez pálida, cabello oscuro y sangre española, nacido en la colonia pero educado en la metrópoli. En su primera juventud sabe superar con gran dignidad la prematura muerte de su adolescente y delicada esposa y en su vuelta al continente, tratando de aplacar su tristeza, asiste a hitos como la coronación de Napoleón como emperador, visita Roma o bebe directamente de las fuentes de la ilustración.

Ese reformador del Caribe aprovecha la interinidad gubernamental de un entonces agonizante imperio español, maniatado por el astuto corso Bonaparte, para hacerse con el control de la colonia. De porte aristocrático, refinado, con exquisitos modales, el general, sin duda un hijo díscolo, pero digno rival y caballero al fin, no reconocería como suya una prole carente de mundo y de luces, ni a subproductos de una húmeda charca, oscura tierra apenas transformada que diría Luis Martín Santos.
Se avergonzaría si algún estrambótico personaje, grotesco, con simiescos modales, tosco porte y nula cultura, ridículo hasta el sonrojo, narcisista hasta la exasperación, soez hasta la nausea y obsesionado por el poder, se declarase su descendiente.
Le dolería que tratase de exorcizar sus fantasmas internos buscando enemistarse con las naciones más prósperas y desarrolladas mientras insolentes descastados rien sus gracias , amparan sus zafiedades o balbucean tarde y mal.
Le agradaría que un noble señor, con coraje y arrestos, un digno caballero de los de antaño, se atreviese a mandarle callar ante el estupor general.