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martes, 22 de abril de 2008

VIEJOS TRENES QUE SUENAN A TANGO

El otro día, moviendo antiguos trastos, descubrí en el fondo del cajón y entre viejos apuntes del instituto un papel cargado de polvo. Era un texto que escribí hace unos 15 años y rememora una época aún anterior, la de mi infancia.
Ese recurrente paraiso perdido en el que todos los nostálgicos tendemos a sumergirnos una y otra vez.
La vida pasa pero hay cosas que nos marcan para siempre. De hecho creo haber hablado en alguna ocasión en este foro del buen Carlos al que me refiero en el texto.
Antes escribía en un cuaderno y ahora en un blog, pero soy de los que se mantiene fiel a si mismo.
Me reconozco completamente en este escrito de adolescente. Ni mis inquietudes ni mi estilo han variado tanto desde entonces...
A continuación, sin más preámbulos y sin ningun cambio, reproduzco el texto mencionado.

Era Carlitos de Gijón, el más celebrado, o al menos el más célebre, cantante del chigre. Mi padre, el dueño del local, si sabía que no había comido, solía animarle a cantar. El arrugado y diminuto viejecito aceptaba satisfecho, a cambio generalmente, de un bocadillo y un vaso de vino. Por un momento se hacía un silencio en el bar y la gente escuchaba a aquel hombre respetuosamente. Hasta los camareros solían cesar en su labor. Sin embargo, el cocinero, ajeno a todo lo que sucedía en el exterior continuaba trabajando y el ruido de las potas y cacerolas a veces distraían al buen Carlos. ¡Ha echado a perder mi actuación!¡Los artesanos siempre han odiado a los artistas!¡Hereje!- Gritaba indignado. Un buen día, tal vez agradecido por la generosidad de mi viejo (como el solía decir), propuso llevarme hasta la estación de trenes, que yo (con tan sólo 6 años entonces), aún no conocía. Generalmente Carlos era alegre y risueño, pero al llegar a la pequeña y destartalada estación local su actitud cambió por completo, parecía ensimismado y nostálgico. Seguramente recordaría su lejana juventud, cuando se movía por todo el país cantando tangos y haciéndose pasar por argentino ( aunque lugareño siempre hablaba con un marcado acento bonaerense ).
De repente salió de su estado de abstración y me dijo:
- Las piezas nunca pueden encajar perfectamente. ¿ No ve vos la distancia entre los raíles ?
- Sí. - Contesté-.
-Es porque siempre hay que dejar un sitio para los sentimientos.
En ese momento sonó la sirena de un tren e inmediatamente una lágrima corrió por la mejilla del viejo cantante. - La sirena del tren que se va suena para el que se queda en tierra a separación y distancia, a un futuro duro y tal vez triste. - Masculló-.
- ¿ Y para el qué se va ?- le pregunté.
- Para el que se va es el sonido de la ilusión, los nuevos horizontes y las oportunidades. - Para mi es solo una señal de aviso- Le dije-.
- Cuando hayas vivido más cada vez que escuches esta sirena te entrarán unas inexplicables ganas de llorar, como me pasa a mi.
Años más tarde me enseñaron en la escuela que los raíles se colocan así para evitar los efectos de una presumible ditación del acero los días de calor. No hace mucho me hablaron en el instituto del ruso Paulov y del reflejo condicionado. Los perros del científico salivaban cada vez que escuchaban un timbre, igual que Carlos lloraba cada vez que escuchaba una sirena.
No obstante yo prefiero seguir creyendo en los artistas y recelando de los artesanos y científicos. Ahora siempre que escucho una sirena de tren, yo también lloro.
Asimismo, cada vez que escucho el tango, Caminito, (" Cuando ella se fue nunca más volvió..., caminito amigo, caminitio adiós "), recuerdo a Carlos con cariño y nostalgia y una lágrima corre también por mi mejilla.
LOS SENTIMIENTOS NO SE PUEDEN NI SE DEBEN EXPLICAR CIENTÍFICA NI RACIONALMENTE.

jueves, 17 de abril de 2008

LOS ANGELES DE CHARLY

Charly es un tipo indefinible, huidizo, misterioso y sofisticado.
Charly es acéfalo, no tiene una misión definida, es etéreo y liviano.
Charly está por encima del bien y el mal, no ejecuta tareas, no participa en las misiones ni resuelve los casos. Se limita a hablar despacito y a no decir nada pero cuidando de darle la mayor pompa y ceremonia a sus vacuas palabras. Charly, al no ser, es rubio o moreno, alto o bajo, atlético o intelectual pero siempre atractivo, cada cual lo moldea en su mente, está hecho a medida de cada consumidor, poco importa que no exista ni como ente ni como pensamiento y sólo sea un producto de la imaginación de cada uno.
Charly gusta de la adulación y el masaje y que sus mujeres le resuelvan los problemas. No hace nada, no vende nada, no dice nada. Se aprovecha de jovencitas impresionables y de la ingenuidad de su clientela. Charly se parapeta en trucos de prestidigitador. En realidad se llama José Luis y es un tipo zángano y patético, ridículo y machista, torpe y cobarde, nunca da la cara, deja que otros resuelvan los problemas, pero a fuerza de estar ausente nadie parece haber caído en la cuenta.