Vistas de página en total

sábado, 29 de marzo de 2014

DOLOROSO EPÍLOGO

Desde que todo acabó me siento muy perdido. No sé que busco porque me he quedado sin referencias. He probado diferentes distracciones, viajar,  redecorar mi casa, invertir… pero nada material me consuela, ni me alivia. Tampoco los besos que me animas a que robe a la noche me van a saber a nada, lo sé, y por el momento ni me lo planteo, no me siento con ánimos.

Antes de que tu buscases otros mares, tu llenabas todo mi horizonte futuro. Un Bali que ya nunca conoceremos juntos o rincones de París que jamás te podré mostrar. Caricias en el salón que no nos daremos. Confidencias y susurros al oído que no escucharé. Tu mirada ya no se juntará con la mía, ni tu risa contagiosa alegrará mi semblante. Fernandito, así lo pensábamos llamar, ya no existirá o tendrá unos nuevos papás y durante mucho tiempo en las reuniones familiares habrá una silla vacía y un hueco que no podré llenar.

Me quedo, no obstante, con toda la pasión y todos los besos y abrazos que hemos compartido, los muchos y buenos momentos que hemos vivido juntos y que se han metido sin remedio por todos los rincones de mi cuerpo y los surcos de mi corazón y que por más que me esfuerce nunca conseguiré sacar del todo. Escucharé fado y lloraré abrazado a mis recuerdos y esa angustia será mi compañera y mi consuelo durante mucho tiempo.

No se si esto es amar según tu lenguaje, siempre me reprochabas que no te lo decía con suficiente frecuencia, aunque creía demostrártelo, pero es absolutamente lo que siento y lo que he sentido siempre por ti.

Te echaré muchísimo de menos y otros muy próximos a mi se que también lo harán, aunque nunca lo demostrarán más que con un gesto, una sutil mirada o un esbozo de sonrisa, que, como nuestras fotografías, se quedará congelada en el tiempo…

martes, 25 de marzo de 2014

ALGO MÁS QUE UN VUELO

Justo se acababan de conocer en el avión. El destino les había colocado en dos asientos contiguos en el vuelo que unía Madrid con Nueva York, donde los dos, él y ella, habían planeado por separado pasar unos días haciendo turismo.
Comenzaron la protocolaria charla de desconocidos, generalmente breve e insulsa, con el ánimo de terminar pronto y echar una cabezada. Sin embargo, pronto comenzaron a brotar las palabras y a fluir las frases. Y así, en el transcurso de las 8 horas de vuelo pasaron de la cordial sonrisa o el aséptico consejo sobre que lugar visitar, ( - ¡Mejor Macy´s que Twenty First Century!;  cenar en Elly ´s Stardust, ¡Imprescindible¡- ), a la risa cómplice o a las confidencias íntimas sobre amores, desamores y los distintos laberintos por los que les había llevado la vida, para al final acabar siempre en el punto de inicio, solos, desorientados y cada vez más agotados.
Cuando estaban a punto de aterrizar en el JFK ya carcajeaban y se reían de sus presuntas desdichas. En realidad, ninguno de los dos, sobre todo ella, era aún tan viejo ni tan desdichado y compartidas sus penas parecían desaparecer.
El avión se posó en tierra. Tocaba despedirse y ninguno sabía como hacerlo, cuál era la frase adecuada, la palabra precisa o el gesto oportuno, y por eso decidieron quedarse juntos, no sólo para compartir la visita a la gran manzana, sino para siempre.