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jueves, 29 de enero de 2015

ISLA TAQUILE

La única forma de acceder a Taquile es en barco, en medio del lago Titicaca, su aislamiento y paisaje la convierte en la isla soñada, un lugar donde evadirse, en el que no hay carreteras, electricidad, internet, coches, hoteles, ni siquiera bicicletas o perros... Los únicos servicios disponibles son los que proporcionan los propios isleños; estos han preservado su modo de vida tradicional de tal forma que acercarse al lugar proporciona la oportunidad de convivir en un entorno puro y genuino, con el imponente lago de fondo.

Pero precisamente lo que ha preservado a este santuario de la apisonadora de la civilización son unos accesos complicados.  La isla está a unos 35 Km de distancia de Puno, donde me alojaba y principal centro administrativo de la zona. Llegar al embarcadero de Taquile me supuso 3 horas de barco pero ese no era el final del trayecto, la villa principal se encuentra a 3.950 m. sobre el nivel del mar y el unico acceso posible lo constituye una senda a pie que incluye 533 peldaños; el desnivel, el poco oxígeno por la gran altura y el desamparo del lugar convirtieron la caminata en un ejercicio bastante agotador.



Sin embargo, mi esfuerzo no es comparable con el de los lugareños que suelen cargar al hombro con todos los productos necesarios para su abastecimiento. Además la caminata fue amenizada por las increíbles vistas panorámicas del lago ( hasta las ovejas y pájaros parecían apreciarlas ) que nos regala el camino, salpicado de arbustos donde crece la cantuta, flor nacional del Perú.
Una vez en el pueblo me encontré con una sociedad muy acogedora e integradora con los, todavía no tan numerosos, viajeros que los visitan, basada en el trabajo colectivo y en el código moral Inca “Ama suwa, amallulla, ama qilla” (no robaras, no mentiras y no serás perezoso). La comunidad lo coordina todo y nadie ajeno a la isla ha pervertido su valor étnico y cultural así como las tradiciones del trabajo agrícola o artesanal, sobre todo textil. Me prometí a mi mismo no propagar demasiado las bondades de esta idílica isla. Se que con la propia escritura de esta entrada estoy incumpliendo parte de mi propio compromiso, aunque menos, también soy muy consciente de que este blog, como la isla, es un secreto muy bien guardado, frecuentado solo por un público muy exquisito y minoritario.

Para las comidas, las propias familias improvisan unas mesas en el exterior de su casa donde se sirve lo que tienen disponible. Allí no hay ningún supermercado así que estoy seguro que la sencilla sopa con la que tanto disfruté estaba hecha con hortalizas naturales, recien cultivadas, y las truchas seguro que no eran de piscifactoría. Elementos tan sencillos como un taburete, una base de canto rodado, un tablero de madera, una sombrilla y un irregular cercado de piedra con vistas al lago conseguían lograr la atmósfera más placentera y distendida imaginable.


Los allí agasajados por la hospitalidad de la familia quisimos apurar al máximo el tiempo de la comida que se alargó muy por encima de la hora normal del almuerzo. Como el ambiente era propicio los anfitriones nos obsequiaron a los que aún permanecíamos en el lugar con una danza tradicional y trataron de sacar a bailar a los más osados. Dada mi torpeza congénita para el baile rehusé amablemente la invitación y preferí permanecer en un discreto lugar disfrutando del espectáculo y sacando fotografías.


Todos los habitantes de la isla, unas 1200 personas, se comunican en quechua y van vestidos al modo tradicional. Resulta especialmente curioso que en el caso de de los hombres ellos mismos están obligados a tejer manualmente su trabajado gorro de punto, que requiere unos tres meses de elaboración. No es un detalle insignificante, su color  indica si están solteros (color blanco) o casados (color rojo).




El camino de vuelta al barco es mucho más suave y se hizo bastante más llevadero desde el punto de vista físico, se trataba tan solo de descender desde lo alto del poblado, sin embargo resultó muchísimo más triste, a cada paso que daba tenía la sensación de estar abandonado uno de los últimos paraisos perdidos que aun quedan en el planeta.