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martes, 22 de febrero de 2011

PETRA

Durante siglos se perdió la pista a la ciudad de Petra. La que había sido la próspera capital del reino de los Nabateos, pasó a ser una especie de ciudad de leyenda. Un dorado mítico para los exploradores europeos del siglo XIX. Hace poco más de 100 años un viajero suizo la redescubrió para occidente. Imagino su sorpresa al encontrarse con esta joya esculpida en la tierra tras atravesar este desfiladero.
La ciudad llegó a albergar a más de 30.000 personas a las que era necesario proporcionarles agua en medio del árido desierto, para conseguirlo se hicieron numerosas canalizaciones de agua.
El angosto desfiladero de Siq, encajado entre paredes de muchos metros de alto y no de más dos metros de ancho en algunos puntos, se extiende durante más de dos kilómetros y es el único camino o vía disponible para acceder a la vieja ciudad de piedra.
Nos acercamos al final del desfiladero y al fondo empieza a asomar la primera joya arquitectónica, El Jazneh conocido como el tesoro de Petra que preside la plaza que da entrada a la ciudad y que fue inmortalizado en la película Indiana Jones y la última cruzada.
A pesar de su nombre, el Tesoro, no tiene ninguna relación con este nombre, ya que pudo ser un templo o una tumba real; sin embargo, el saqueo realizado por los beduinos durante los siglos precedentes a su descubrimiento para la arqueología impiden saber a ciencia cierta su utilización. En todo caso es un lugar fantástico para poner la mente en blanco y dejar volar la imaginación.
Dos curiosos personajes vestidos de la forma tradicional de los guerrerso nabateos tratan de bloquear el acceso al templo de una forma un tanto teatral.
El camello con el templo del tesoro al fondo, la estanpa más esperada y típica de la ciudad de Petra.
Atravesada la plaza principal la ciudad se abre ofreciendo la posibilidad de explorar un conjunto de edifcaciones excavadas en la piedra y en un entorno espectacular que se exiende durante kilómetros. Una forma de hacer la visita más cómoda es contratando un burro pero yo preferí hacer el camino a pie.
Era hora de continuar la marcha para seguir descubriendo cada uno de los rincones de esta legendaria ciudad.
De nuevo otra oportunidad de continuar la marcha a lomos de un burro, perfectamente mimetizados con el entorno.
Otros seguían la marcha en camello.
También tuve oportunidad de optar por esa montura pero la consideré poco apropiada debido a lo angosto y escarpado del terreno que me esperaba. Tocaba seguir caminando.
Comenzaba a ganar altura y las espléndidas vistas de los antiguos edificios y el peculiar entorno no paraban de sorprenderme a mi alrededor.
A medida que me alejaba el número de visitantes disminuía y curiosos personajes, normalmente beduinos que fueron los últimos que habitaron la ciudad de Petra, empezaban a aparecer en mi camino.
El camino no hacía concesiones, pero las vistas compensaban cualquier esfuerzo.
Llevaba más de una hora de marcha y aún quedaba un buen trecho por ascender.
Tras el último giro me encuentro con otro esplendoroso edificio, el monasterio. El objetivo principal estaba cumplido.
Pero aún había posibilidad de continuar la ruta...
Y desde esta colina me dediqué a fotografiar el entorno desde el punto más alto.
La vista del monasterio desde este punto compensó de nuevo el esfuerzo.
Pero aún quedaban muchos edificios por descubrir entre los tajos y las montañas.
Varias colinas ofrecen la posibilidad de visitar tumbas y antiguas viviendas excavadas en la tierra.
Las vistas desde el interior resultaban siempre espectaculares.
Las tonalidades carmesí de la ciudad de Petra al atardecer son únicas. Las paredes van cambiado de color según avanza el día en un alarde de camaleónica metamorfosis.
Un nuevo deleite para los sentidos.
El espectaculo nocturno a la luz de las velas es elegante y sencillo y permite la oportunidad de tener una nueva visión de la ciudad, esta vez de noche.