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jueves, 31 de diciembre de 2020

SR. EXTRATERRESTRE

Un extraterrestre, desconcertado, mal sintonizado, apabullado (igual que el alienígena ante la deslumbrante belleza de Gisela Joao, a la que tuve la suerte de ver actuar en directo hace unos años), es como me siento ante un mundo subitamente transfigurado que apenas reconozco. Expresar todo esto sin perder el buen humor es lo que pretendo para esta Noche de Reyes. Y también reivindicar el fado, una de mis expresiones musicales predilectas, no sólo como un género triste, sino sobre todo intenso, sarcástico e incluso burlón algunas veces, tal y como podréis comprobar si escucháis la canción. Sin duda es otra forma de lidiar con la "saudade" de aquel cálido y esplendoroso mundo que ya nunca volverá a ser igual.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

MARADONA Y EL BAR NILO

El bar Nilo es un destartalado establecimiento del barrio de los españoles, en el Nápoles profundo. Allí me encontré este improvisado altar que homenajea, desde hace décadas, el cabello de Maradona.
Pocos jugadores de fútbol son capaces de despertar estas pasiones casi místicas. Un temperamental dios en el campo y un atolondrado demonio fuera de él. Fue grande con equipos pequeños y pequeño con los equipos grandes. Era puro carisma, todo o nada, o conmigo o contra mí. Líder ejemplar en la cancha y nada modélico fuera de ella.
Su vida son blancos y negros. Unos cuantos momentos deslumbrantes y muchos turbios incidentes demasiado oscuros. Nunca le gustaron los grises.
Recuerdo con absoluto detalle y precisión sus dos goles a Inglaterra en el mundial 86; donde los vi y como los viví. La mano de Dios, todo atrevimiento y picardía, y la descomunal arrancada donde por furia, talento y potencia se va en regates sucesivos de medio equipo inglés.
Es lo que tienen los genios su legado queda adherido para siempre entre los cimientos de tu memoria más pretérita, tanto que a veces ya dudas si fue real o fue leyenda.
D.E.P

domingo, 4 de octubre de 2020

LA NUEVA NARRATIVA

Desde niños todos hemos sentido fascinación por las historias y los cuentos. Tanto que, si eran buenos, ni siquiera hacía falta que fueran ciertos. Todos nos hemos ilusionado con el ratoncito Pérez, Papa Noel o los Reyes Magos. Una dosis de fantasía genera esperanza, pero a determinada edad llegaba el momento de hacernos adultos y enfrentarnos a la realidad. Y de lo que no hay duda es de que la propia narrativa condiciona la realidad.
La interpretación distorsionada de los acontecimientos circundantes puede convertir las calamidades en retos, las tragedias en epopeyas, a los sanguinarios en pacificadores y a los farsantes en fiables doctores.
En la oscarizada película italiana de 1997 “La Vida es Bella” el abnegado padre protagonista utiliza el humor y la fantasía para convertir un campo de concentración en un escenario de juegos para su pequeño hijo y así protegerle de la realidad.
En Don Quijote, de nuestro universal Cervantes, Quijano Alonso un cincuentón aburrido, cansado de la monotonía y ansioso por experimentar sensaciones teje un universo de locura dónde se olvida de quien es y consigue transformarse en el intrépido caballero andante que nunca logró ser en el mundo real.
Utilizando estrategias similares y con deliberado afán de manipulación, oportunistas de toda época han sabido combinar las dosis perfectas de fantasía y olvido para hacer valer una línea de pensamiento oficial, donde un grupo de elegidos se convierten en los dueños de la historia.
Un discurso monolítico donde no hay cabida para el pensamiento subjetivo. El mundo deja de construirse de dentro hacia fuera. La experiencia personal y las emociones particulares son convenientemente manipuladas, de modo que la realidad se empieza a percibir desde fuera hacia adentro. Alguien exterior toma el control de mi vida; escribe mi biografía y lo que debo de sentir.
Se busca controlar a un número creciente de iniciados mansos (muchas religiones y sectas tienen larga experiencia en el uso de estas estrategias), sumisos actores que se identifiquen tanto con la historia que acaben por no cuestionársela y a formar parte de ella de modo que la renunciar a la misma supondría algo así como renunciar a su propia vida.
La consecuencia es un mundo intolerante y plano donde el individuo acepta ser comparsa a cambio de una supuesta protección personal y un encaje en el grupo o lo que es lo mismo un mal disimulado remedo del feudalismo más rancio.
No son buenos tiempos para quien intente orientarse por su particular brújula interior o busque enriquecedores contactos entre iguales (sean estos intelectuales, económicos, comerciales o afectivos). El vivir fuera de los asfixiantes límites del pensamiento oficial es un estremecedor grito en el silencio con la angustiosa estética de Munch.
Y con esta cobertura la apisonadora de la postmodernidad destruye todo el riquísimo entramado anterior de relaciones para dejarnos un mundo de burócratas y multinacionales donde la clase media se achica o se destruye, el menor número de actores en el mercado limita la libre competencia, el reparto de la riqueza es menos igualitario, disentir no se lleva y pensar es peligroso.
Se niega la familia y la transmisión de algo aún más importante que los propios genes, los memes (la transmisión del conocimiento interpersonal- de individuo a individuo- en el sentido que le daba Richard Dawkins en su libro de 1976, El Gen Egoísta). En la defensa de unos supuestos beneficios colectivos se acaba por encadenar nuestro libre albedrío. Unos grilletes cada vez más opresores y represivos que engendran ciudades tristemente iguales y sin sorpresas. Engendros carentes de vitalidad donde lo vulgar es la norma y nada deslumbra, donde los acogedores negocios de barrio son sustituidos por Mc Donalds, Decathlon, Panris o Starbucks y las personas por expendedores automáticos.
Una vida artificial donde el guión ya está escrito y las vivencias son más virtuales que reales, explosiones de imágenes perfectamente estudiadas con el objetivo de impactar en la conciencia. Un escenario estrecho que no da soporte a toda la complejidad de la vivencia humana y donde el individuo renuncia a manejar las riendas de su propio destino. El devenir vital pasa a ser una insufrible sucesión de indigestas cursilerías y tediosos tópicos. Un letargo tan solo interrumpido ante la exposición a predeterminados Hastags o establecidos automatismos. Entonces el plácido rebaño se transforma en una jauría enrabietada que saliva del mismo modo que los perros de Paulov.
El adoctrinamiento generalizado, la falta de capacidad de respuesta intelectual, el cobarde repliegue ante las humillaciones pone en peligro el desarrollo del ser humano en plenitud, limita su capacidad ampliar su conciencia y su crecimiento personal. Pero aún hay esperanza, esta monstruosa aberración diseñada por zafios fundamentalistas tiene gruesos muros pero frágiles cimientos. Un solo corazón libre que palpite verdad puede provocar que todo el entramado se desmorone igual que un castillo de naipes.

viernes, 28 de agosto de 2020

EL PASILLO ESTRECHO

La evolución hacia una sociedad que garantice la libertad, la autonomía y la posibilidad del pleno desarrollo personal de todos sus súbditos no es un proceso fácil.
Se trata de EL PASILLO ESTRECHO tal y como lo definen Daron Acemoglu y James A. Robinson en el libro así titulado y donde tratan de exponer las razones por las que unos estados prosperan en libertad y otros son dominados por la tiranía.
La desconfianza ante un excesivo autoritarismo de las élites hizo que en las civilizaciones primitivas fuese complicado articular una estructura de poder. Los Tiv, grupo étnico localizado entre la actual Nigeria y Camerún, fueron minuciosamente estudiados hacia 1930 (en el periodo de la colonización europea) y encajan exactamente en estas pautas de comportamiento. Muchos clanes africanos tradicionales aún apelan a la brujería o a lo sobrenatural para impedir cambios en su organización.
En este tipo de sociedades se reprime al innovador, se castiga al que alcanza el éxito o logra acumular más bienes que los demás. Se desincentiva el progreso del individuo si temen que con ello se alterará la estructura del grupo; a veces a sangre y fuego.
Asimismo, antes de que existiese una estructura estatal sólida los conflictos entre las diferentes tribus, clanes y etnias eran continuos produciéndose un sanguinario ambiente de hostilidades donde la venganza, la muerte y la desesperación era el único horizonte posible.
Se hizo necesario un cambio de fase y en muchos lugares surgió el "Leviathan" (el nombre es un homenaje al monstruo marino creado por Hobbes y a su descripción de este proceso). Se trata de un poder centralizado y omnímodo capaz de evitar conflictos y desarrollar grandes proyectos comunes.
Es un sistema más sofisticado que el anterior pero aunque con el tiempo acaba por convertirse igualmente en despiadado e insatisfactorio para el individuo. Ejemplos de este tipo de organización son las monarquías absolutistas europeas, la Unión Soviética (uno de sus versiones más conseguidas) o a distintas etapas históricas de China (incluida, por supuesto, la actual). El Estado Leviathan es excesivo y al final siempre despiadado. Desprecia al individuo y no favorece el desarrollo intelectual. Tampoco la participación, la autonomía o la innovación ante nuevos retos. Puede resistir un tiempo pero, tras exigir un gran sacrificio y generalmente infligir mucho dolor a una o varias generaciones, siempre acaba por colapasarse.
Así la unidad que Mahoma consiguió en el Oriente Medio sin duda fue preferible a las tribus de beduinos guerreando constantemente entre sí, pero finalmente la consolidación de naciones donde la religión lo domina todo tampoco es la situación ideal.
Ante todo esto, sin duda la situación óptima es la del "Leviathan encadenado". Metáfora con la que los autores tratan de describir un Estado lo bastante fuerte como para poder ejecutar sus proyectos con rigor (con poder coercitivo para hacer valer sus normas y ser un elemento disuasorio y apaciguador frente a la violencia y los conflictos) pero con los suficientes mecanismos de control activados para que no caiga en los excesos del despotismo. Debe haber un blindaje frente la arbitrariedad, la desigualdad, el fraude y las malas prácticas.
El Estado por su propia idiosincrasia e igual que algunos tumores malignos siempre tiene una inercia expansiva; busca crecer, acaparar parcelas de poder y perpetuarse.
La sociedad civil siempre ha de estar vigilante y es esencial que cuente con mecanismos e instituciones para reducir o desactivar este proceso. Es lo que los autores llaman dinámicas de la Reina Roja (en homenaje al personaje del libro Alicia en el País de las Maravillas). El estado y los ciudadanos disputan una interminable carrera para estar siempre en el mismo lugar. Corren y corren con el único objetivo de no perder sus posiciones iniciales.
Para explicar por qué algunos países elegidos alcanzan el estrecho pasillo de la libertad y otros no (y también por qué algunos que habían entrado acaban por abandonarlo, la corrupción de república de Weimar acaba por transformala en la Alemania nazi), los autores nos sumergen en un apasionante análisis desde perspectivas muy distintas (sociológica, política, económica) buceando por momentos muy diversos de la historia universal :
El problema de Gilgamesh (rey de Uruk), la Atenas clásica de Solón, el desectructurado Líbano moderno, los Tiv de la Nigeria rural, la Egira del profeta Mahoma, los zulús del jefe Shaka, el Hawaii de Kamehameha, la Georgia de Shevardnadze, las ciudades-estado de la Italia medieval, un extenso y exhaustivo repaso de la historia inglésa y su Carta Magna, el imperio bizantino, el Sacro Imperio Romano, Prusia, un pormenorizado análisis dela historia del autoritarismo en China, las castas de la India, los orígenes de la confederación suiza, las guerras de clanes de Albania y Montenegro, el éxito de Solidaridad en Polonia y el fracaso de la consolidación de una democracia en Rusia después de 1989, el surgimiento de la democracia en Costa Rica y el despotismo en su vecina en Guatemala, los padres fundadores de Estados Unidos, la burocracia argentina, el gobierno ausente colombiano, Liberia, Emiratos Arabes y la Casa Saud como semilla del 11S, la ascensión al poder de Salvador Allende en Chile, la Alemania de Weimar, el Apartheid en Sudáfrica y su colapso, el sangriento Congo Belga, la socialdemocracia sueca de 1930 hasta la actualidad, Japón y Gran Bretaña en la posguerra.
Lo que al final se demuestra en todos los casos es que la democracia surge donde al Estado se le puede envolver con una tijera o cremallera social que es capaz de controlarlo o "encadenarlo" según la terminología de los autores. En la Europa contemporánea fueron las Cortes (de reminiscencias germánicas y nunca anuladas completamente), otros se apoyaron en sociedades gremiales. En Estados Unidos los refinados repartos de atribuciones y los acuerdos a los que se llegaron al constituir la federación, así como las inteligentes enmiendas.
Una sociedad inclusiva y con un reparto proporcional de la riqueza previo facilita mucho el proceso. Todo lo que no sea partir de ahí suele llevar a las naciones fuera de la senda o a alguna fase intermedia. Lo que los autores llaman "Leviathanes de papel". Son naciones con apariencia de democrática y alma despótica, generalmente controlados por élites políticas o económicas sin escrúpulos con el único ánimo de perpetuarse en el poder. Muchas veces se asientan en instituciones seculares como las castas en la India o la ultra ortodoxia religiosa en Arabia Saudí. Esta exaltación de lo tradicional suele ser alentada por la propia estructura de poder para debilitar la sociedad civil y seguir sacando ventaja de la situación.
En otras ocasiones la estrategia es implementar una jaula de normas, una plétora de leyes, edictos y disposiciones – a veces contradictorios- que esclerotizan el sistema. La Argentina peronista se sostiene sobre una burocracia excesiva e ineficiente (nos explica el libro el caso de los ñoquis, miles de funcionarios elegidos a dedo que nunca van a trabajar). Colombia opta por desentenderse de grandes áreas del país controladas por caciques o guerrillas locales.
Todas ellas son formas espurias de democracia poco interesadas por velar por el bien común o el interés general. Por último me referiré a lo que los autores definen como "el orangután con esmoquin", una figura muy gráfica para señalar a determinados tipos de gobernante y de gobiernos peligrosísimos para todas aquellas naciones que pretenden seguir por la senda de la democracia.
Este sistema se caracteriza por tener un exterior ordenado (el ropaje del esmoquin) y una maquinaria de saqueo deliberado y de adormecimiento y desactivación de las asociaciones civiles que se pone en marcha con el único objetivo de satisfacer el ansia de poder e influencia de unos pocos (el cuerpo del orangután). Los mecanismos de control son suprimidos o deslegitimados, las libertades individuales cercenadas, el espíritu emprendedor completamente desalentado. La cultura del esfuerzo no es premiada. Se favorece el partidismo, el frentismo y la agitación permanente.
Una sobredimensionada burocracia elegida atendiendo exclusivamente a intereses políticos hace de barrera y de control social, el dinamismo asociativo es domesticado mediante prebendas y subvenciones.
A las fuerzas más retrógradas, sanguinarias y disruptivas de la sociedad se les da carta de naturaleza, mientras que los representantes de los sectores más dinámicos son completamente ignorados. “Para mis amigos todo, para los demás la ley.” El "orangután con esmoquin" es el piloto perfecto para hacer descarrilar a cualquier nación y sacarla definitivamente del pasillo. ¿Acaso me estoy refiriendo ahora a la España actual?
Tal vez si, o tal vez he utilizado como ejemplo a alguno de los otros países que se han salido de la senda. En cualquier caso os animo a averiguarlo leyendo EL PASILLO ESTRECHO, un libro que a lo largo de sus 688 páginas os dará una visión global, coherente y esclarecedora de la historia de las democracias y os ayudará a estar vigilantes frente a quienes quieren destruirlas.

martes, 9 de junio de 2020

MIS 15 LIBROS FAVORITOS Y EL POR QUÉ

1) Ficciones. Porque el mundo puede existir igualmente sin haber leído a Borges, pero sin duda será un lugar menos profundo, pleno e interesante sin haberlo hecho.
2) El Gatopardo. Porque no hay decadencia más digna ni aristocrática que la del príncipe de Salina y porque es necesario que todo cambie para que todo siga igual.
3) Colapso. Porque cambió mi forma de entender la historia y el mundo. La historia es mucho más que datos, reyes y batallas. Son sociedades vivas, evolucionando, creciendo y muchas veces colapsando.
4) Los dragones del Eden. Porque Carl Sagan tenía que estar representado. Sea por esta publicación donde aborda la evolución de la inteligencia humana, sea por El Cerebro de Broca donde pone en su sitio a los charlatanes o pseudocientíficos o por Cosmos que todo al mundo asocia con la serie de televisión pero del que también hay versión literaria.
5) El Hombre que Confundió a su Mujer con un Sombrero. Porque si hablamos de neurociencia nadie la abordado con más sensibilidad ni humanidad que Oliver Sacks.
6) El gen egoísta. Porque yo no tengo más dios que Charles Darwin y Dawkins es uno de sus mejores profetas.
7) Lituma en los Andes. Porque Vargas Llosa me llevó misteriosamente a las montañas más remotas del Perú, mucho antes de que pudiese poner el pie allí físicamente.
8) El General en su Laberinto. Porque me encantan las historias de perdedores y los héroes enfrentándose a sus contradicciones y miserias con valentía y serenidad y porque García Márquez es mucho más que el realismo mágico.
9) Balzac y la Joven Costurera China. Porque es un libro de aprendizaje, calmado, delicioso, romántico, porque se habla de Flaubert, de Stendhal , de Balzac, de la China rural y de la revolución cultural. Sería imposible que no me pudiese gustar.
10) El Hereje. Porque Delibes es un grande y entre el Camino o los Santos Inocentes, más asociada a su versión cinematográfica, me he quedado con esta que sin salir de Castilla nos pone en el contexto de la España de los Austrias y de la oscura labor de la Inquisición.
11) El Árbol de la Ciencia. Porque Don Pio es otro grande que me hizo soñar con Zalacaín el Aventurero o reflexionar sobre el árbol de la vida o el desencanto vital allá en mi adolescencia.
12) El Estilo del Mundo. Porque Vicente Verdú es uno de los observadores más lúcidos del mundo contemporáneo, y este libro un certero ensayo donde ya hace casi dos décadas nos prevenía de los entresijos de este munco trilero y mentiroso; de este capitalismo de ficción.
13) La Historia Interminable. Porque con 12 años me hice amigo de Bastián Baltasar Bux, y me di cuenta de lo bueno que es tener aventuras pero lo peligroso que es perder la propia identidad.
14) Como Ganar Amigos e Influir sobre las Personas. Porque lo único que no me gusta de este libro es su título que parece el de un manual de autoayuda al uso. Es mucho más que eso, es la constatación de que no hay atajos. La única manera de que otras personas se interesen por ti e influir en ellos y en el mundo circundante es tratar de ser primero tú el mejor ser humano posible, atento, considerado y pendiente de los demás. Conclusión, sólo es posible crear lazos sociales y tener influencia si es para el común beneficio. Las actitudes egoistas no valen. Lo leí muy joven, con menos de 20 años y lo encontré en el desván de la casa donde nació mi padre en el pueblo; estaba publicado en La Habana alguno de su tíos emprendedores debió de traerlo de Cuba. Está publicado en el año 1936 y sus consejos siguen plenamente vigentes.
15) Ivanhoe. Porque quería hacer un homenaje a esa literatura de aventuras llamese Walter Scott, Dumas o Julio Verne que tanto me gustaba cuando era un niño que hacía E.G.B.

sábado, 30 de mayo de 2020

DI, DA, DI, DA

Di da, Di da… Tic tac, Tic tac.
¿Son las lágrimas o es el tiempo lo que realmente borra el dolor para que todas las emociones puedan volver a ponerse de nuevo en orden?
Con la cadencia de un reloj, di-da, la música nos sumerge con delicadeza en un nuevo estado emocional, el de la aceptación. Y se inicia otra etapa desde la cual abrimos las puertas a un flamante futuro donde tal vez alguien piense otra vez en nosotros y esboce una sonrisa.
Y al ritmo de Di, da.. Di da, os invito a escuchar esta canción popular china, es pura hermosura y armonía.

jueves, 28 de mayo de 2020

CUESTION DE CONFIANZA

No he conocido un país más descosido que Sudáfrica. El centro de Johannesburgo, antes punto neurálgico comercial y administrativo de la elitista minoría blanca y hoy ocupado totalmente por la población de color, parece una trinchera. Un paseo por el lugar tiene más de reto que de experiencia placentera; escaparates protegidos por rejas, cámaras de seguridad, parques vallados, edificios de antiguo empaque descuidados, desencajados y despojados de los adornos que habían sido su seña de identidad, transacciones informales y callejeras con la violencia siempre a flor de piel, miradas acechantes por doquier y cámaras fotográficas prestas a ser el objetivo de un más que seguro pillaje, atmósfera crispada, clima prebélico. Por la noche aún peor, la santa compaña, los zombis y los vampiros se adueñan de las calles. Si uno tiene aprecio por su integridad más vale que se vaya al hotel. Los hombres blancos se refugian en sus lujosas urbanizaciones donde es preferible no salir después de las 6 de la tarde y el nuevo centro administrativo se ha trasladado a unos kilómetros del anterior. Aquí, con mucha precaución, aún podemos aventurarnos a caminar unos pasos hasta el centro comercial más cercano sin ser hostigados o tomar un café en una terraza.
Algo mejor es la situación en Ciudad de El Cabo, una bonita urbe a las faldas de la plana montaña de la Mesa con gran variedad de edificios art decó, victorianos, coloristas y presuntuosos rascacielos, un relajante puerto histórico elegantemente reconstruido y magníficas playas y paseos donde aún es posible disfrutar de un distendido paseo, al menos dentro del horario comercial. Cuando las luces se apagan toda la decepción de una población que fue hostigada y desplazada se adueña de las calles, súbitamente solitarias tras la caída del sol. Años de recelos, de la imposibilidad de la población de color de acceder a las exclusivas zonas blancas sin las indispensables tarjetas verdes (sólo se concedían para trabajar y hasta las 5 de la tarde como máximo, no portarla suponía 3 meses de cárcel) y de enfrentamientos aún pesan más que el liderazgo, la indulgencia y el afán de reconciliación de Nelson Mandela.
Sudáfrica aún son dos pueblos compartiendo un mismo territorio y sin demasiado afán por cohesionarse. La nueva élite negra y la decadente clase alta blanca tratan de sacar el mejor partido de la situación en un país, aunque desestructurado, rico en recursos naturales y bien organizado económicamente, en el que aún es posible lucrarse. No obstante el temor y el recelo siempre presentes lo hacen completamente insatisfactorio para habitar.
No mucho mejor es la situación de Bosnia. En Móstar ya es posible cruzar de una orilla a otra del rio Neretva a través del famoso puente que la guerra destruyó pero los cadáveres aún siguen enterrados en los parques y la población permanece desunida y segmentada. Acatan distintas normas según el origen étnico de cada cual y todos se miran con desconfianza lo que les condena a un profundo malestar y una endémica pobreza.
Una situación distinta pero ciertamente incómoda la percibí en aquel Beijing de principios de este siglo. Los antiguos Hutongs (barrios tradicionales de laberínticas callejuelas) caían súbitamente fulminados a golpe de picota mientras las grúas levantaban velozmente imponentes rascacielos. Un país que ya había sufrido el terror de la revolución cultural seguía recurriendo a la trampa y la impostura para poder conservar su innata vitalidad y sus antiguas tradiciones. Desgraciadamente la nefasta política del desprecio a las tradiciones, de la creación de frentes irreconciliables, del odio al diferente y de la imposibilidad de un proyecto común parece que comienza a prosperar también en los países occidentales con más fuerza que nunca.
El capitalismo democrático y social, un sistema económico que durante décadas nos proporcionó un crecimiento y prosperidad sin precedentes, parece llegar a su agotamiento. Unos retos y una exigencia tecnológica que avanzan a un ritmo frenético, muy por delante de la capacidad de adaptación de las instituciones y del individuo, produce un profundo desazón y resentimiento en una sociedad que se siente traicionada, abandona y desprotegida. La vía de escape de muchos es apostar contra el sistema o lo que es lo mismo, por los elementos más indeseables y extremistas del espectro político. Auténticos trileros, troleros, tahúres del Mississippi, jugadores de fortuna amorales y sin escrúpulos, capaces de abrir la Caja de Pandora, esparcir el odio, fraccionar la sociedad, quebrar la fraternidad con el único afán de no asumir nunca responsabilidades en una impresentable actitud de Yo soy el Mesías y el infierno son todos los demás.
Decepcionados, muchos no quieren entender que lo que proporciona bienestar a un pueblo no es la división, ni el enfrentamiento, tampoco los atajos ni las soluciones simplistas. La clave está en el trabajo, el premio al esfuerzo, la capacidad de adaptación, la resilencia, la solidaridad con el necesitado y, sobre todo, la protección y la integración de todos bajo una bandera común, sin reproches, sin etiquetas, al ritmo adecuado y al compás de los tradicionales ritos y liturgias.
Ante esta encrucijada necesitamos una sociedad que olvide el nombre de las cosas, que ignore si lo que come es pera, limón o naranja pero que deguste con fruición todo el aroma de la fruta, que perciba sin prejuicios los matices de sus sabores y se beneficie de sus nutrientes. Una sociedad que olvide donde está el lado izquierdo o el derecho pero sea capaz de enderezar el rumbo y mirar siempre hacia adelante.
Si en el año 2008 defendí que además de una crisis económica nos enfrentábamos una crisis de valores (debilitamiento de los mecanismos de control, codicia de la banca, despreocupacion por el ahorro, superficialidad y materialismo del consumidor) lo que advierto en estos tiempos, y ya antes de la pandemia que nos ha asolado, es una crisis de confianza en el sistema y en los que lo lideran. La degradación de las instituciones y la fractura social en la mayor parte de las democracias occidentales aún no es tan dramática como la que observé en la República Sudafricana, Bosnia o China pero algunos líderes parecen hacer todo lo posible para acercarse a esos escenarios. La negligencia, la incompetencia, la mentira, la estigmatización del otro, la unilateralidad, la censura, la burda propaganda, el maquiavelismo de salón, el odio, el aparheid de clases, el engaño, el tacticismo, el autoritarismo, el cesarismo, el maniqueísmo, el oscurantismo, el hostigamiento, el chivo expiatorio, el escapismo y la prepotencia absoluta no ayudarán a recuperar la confianza perdida.

domingo, 17 de mayo de 2020

LA POST HUMANIDAD

En el no tan lejano tiempo en el que me crie para evocar futuros quiméricos o alegóricos lo más común era leer una novela de ciencia ficción o tal vez alguna de aquellas películas apocalípticas que tanto se llevaban a principios de los ochenta del pasado siglo.
Ahora no hace falta recurrir a la ficción, tan solo una profunda lectura de las noticias o un atento paseo por la calle nos muestra el escenario, el guion y el attrezzo del futuro distópico que se cierne sobre nosotros. Entre tanto los sufridos figurantes somos adiestrados en este peripatético baile del que marcamos torpemente nuestros primeros pasos. El ballet aún no ha comenzado pero ya todo está preparado para la gran función.
Lo que me parecía impensable a finales de los 90 cuando leía la novela de Nancy Kress, Mendigos y Opulentos en parte está sucediendo ya. La obra describe una sociedad dividida en tres clases sociales, los "super-insomnes" unos seres mejorados genéticamente desde generaciones, con altísimas capacidades de aprendizaje, incomprendidos y quasi divinos que tienen el control de la sociedad. Estos se apoyan en los "auxiliares", sólo parcialmente mejorados, que realizan las labores técnicas, administrativas y de mantenimiento de la maquinaria que se encarga de toda la producción de bienes materiales y de consumo. Tal es así que la mano de obra humana deja de ser necesaria. Por tanto la tercera clase social de ese mundo, los "vividores", pasan a ser totalmente prescindible de modo que en algunos regímenes de estilo totalitario aplicando principios eugenésicos optan por restringir su número o por el cruel genocidio total. En los países de estilo más social y filantrópico los vividores son entretenidos con televisión, absurdas carreras de motos y holo conciertos que hacen caer a gran parte del público en un trance hipnótico. A los "vividores" no se les estimula para que consigan ninguna meta. Estos desdichados seres, holgazanes e improductivos, aspirantes a jubilados desde su nacimiento viven solo para respirar. Aunque tengan todo el conocimiento a su alcance, sin estímulos, son generalmente analfabetos y asumen su papel dócilmente, sin pretensiones ni mayores ambiciones. Eso les lleva a un estado de total dependencia de estilo comunista. En pos de su bienestar el estado debe a controlarlo todo, ya nadie pasa hambre pero ningún "vividor" maneja ya moneda, su comercio se basa en el trueque y el estado proporciona las fichas administrativas para las máquinas de entretenimiento. Al no disponer de dinero propio tampoco tienen la posibilidad de ser mejorados genéticamente como los "auxiliares". Su vida, sin estímulos intelectuales ni retos por alcanzar, es desgraciada, miserable y mezquina. Están alimentados, tienen vivienda y tiempo de ocio ilimitado pero se han convertido en una subespecie sin capacidad de mejora ni sacrificio, un doméstico y desvirtuado esperpento de lo que antes fue un ser humano que ahora sólo puede producir grima y compasión. Su única función es otorgar sus votos y reforzar la influencia de los "auxiliares", los cuales son muy conscientes de que mientras los "vividores" sigan ignorantes y dependientes continuarán dóciles.
Me temo que la época post humanista en la que ya hemos puesto pie también tiene muchos paralelismos con el anterior relato pero también con lo que H.G Wells profetizaba para el futuro en su novela La máquina del Tiempo. Un mundo polarizado, de "elois", elfos bien formados habitantes de un paisaje idílico, y "morkocks", seres violentos deformes y fotofóbicos, moradores de un tenebroso subsuelo que entregan sin resistencia ni atisbos de remordimiento a sus propios compañeros como alimento para alimento de los aristocráticos "elois".
Mejor aún, un lugar donde los “eternos” ocultos en una burbuja a la que llaman Vortex ubicada en un remoto valle ponen a volar ídolos de barro lanzando mensajes carentes de sutileza para que los “brutos” se muevan a su antojo, tal y como sucedía en la película Zardoz dirijida por John Boorman y protagonizada por Sean Conery. Sin embargo en esta sociedad los "eternos", condenados a una insufrible inmortalidad, guardianes de los datos de todo el conocimiento de la humanidad y sometidos a una Inteligencia artificial que toma las decisiones por ellos, son las verdaderas víctimas. Crecen aburridos en una sociedad viciada éticamente donde se medita pero ya no se sueña y donde muchos han caído en una permanente apatía.
No sé si el mundo llegará en las próximas décadas a los límites de los sombríos horizontes descritos en estas obras pero lo cierto es que hemos llegado a un punto de inflexión y todo lo que hemos conocido hasta este momento se descompone vertiginosamente. El verdadero drama no lo supone, la, muchas veces forzada, lucha de clases (todos sufren y son perdedores en este juego) sino el desarraigo que supone para todos despojarnos de aquello que nos humaniza, el desasosiego de tener que reinventarnos y la pérdida de identidad. Todos somos individuos corrientes, pero a la vez no tenemos nada de corrientes, nuestro legado genético es único y debemos luchar por aferrarnos al papel que nos corresponde. El de actor y observador subjetivo que da sentido a la escena y que con su simple mirada consciente puede cambiar el devenir de las cosas, así como los electrones pueden comportarse como ondas o como partículas según sean observados o no.
Hace un par de años visité Dubai, una metrópolis hecha en pleno desierto en apenas dos décadas. Una mega ciudad con el edificio más alto del mundo, pasarelas con aire acondicionado entre una tupida red de rascacielos, áreas recreativas con canales que pretenden sin éxito imitar a los de Venecia, grandes acuarios, una pseudo-estación de esquí con nieve artificial dentro de un gran centro comercial o un paseo marítimo que se despliega en forma de gran palmera. Sin embargo el antiguo zoco, embrión de la ciudad, hoy no es más que un menguado museo. Todos los dependientes, taxistas, jardineros, recepcionistas y obreros son mercenarios, forasteros en un entorno de cartón piedra carente de poso y profundos cimientos. Simplemente un paraíso del consumismo más inmediato. Nada que ver con mis lejanos recuerdos de Tanger o Estambul, ciudades con palpitantes zocos y bazares, grandes palacios en contraste con otros edificios que se descomponen. Antiguas iglesias que han pasado a ser mezquitas testimonio del paso de varias civilizaciones. Intrincadas callejuelas en las que perderse y en la que los buscavidas siempre pondrán tu paciencia e incluso tu integridad a prueba, pero lugares que palpitan por cada uno de los poros de sus antiguos muros plenos de vigorosa humanidad.
Lo cierto es que los seres humanos hemos cedido nuestro papel de protagónistas para convertirnos en pasivos consumidores de experiencias en entornos edulcorados y riesgo cero donde el algoritmo decide qué dirección debemos de seguir o que es lo que debe de hacernos felices. En los últimos años hemos perdido gran parte de nuestra capacidad para improvisar y, sobre todo, para experimentar.
Una carretera provista de determinados aparatos de medida podrá informar de los puntos en los que hay mayor circulación para un programa decida por nosotros que ruta debemos tomar para evitar atascos. Sin embargo una carretera nunca podrá tener la sensación de estar “atascada”.
Es por ello de que no se deber perder nunca la capacidad de probar, degustar, curiosear, tantear, ensayar, perdernos, cometer errores, sacar conclusiones de ellos y seguir luchando. La intuición y los mapas de papel deben dirigir nuestro rumbo, por encima de las geolocalizaciones.
Nuestro destino debe de estar muy por encima de convertirnos en esclavos de las redes de datos o criaturas incapaces de digerirlos tal y como le sucedía a Funes el Memorioso en el cuento de Borges. Una infinita memoria sólo puede ser útil vivir en un permanente presente o revivir cada minuto del pasado, por eso la humanidad es mucho más que fríos datos y estadísticas. La capacidad de conmovernos con los paisajes de la ruta, de disfrutar de una caricia en el camino, de llorar cuando le duele a los otros, de ser humilde lavandera en el azul Chefchaouen o apurado ejecutivo en el abarrotado Shibuya, de rebelarnos y de poner orden al caos es lo que nos hace humanos. La vida y la posibilidad de percibir toda la gama de sensaciones y sentimientos es un acto indelegable. Bregar y experimentar es una opción, la otra diluirnos en la irrelevancia.

lunes, 11 de mayo de 2020

MI TEORÍA DEL CAOS

Tras cruzar sobre el lago Hanoi por el puente Huc, ondulante, delicado y de un intenso rojo bermellón, me topé con la gran avenida que circunvalaba el vasto humedal y principal zona de esparcimiento en el centro de la capital de Vietnam. La travesía era un auténtico aluvión de carros, bicicletas, tuck-tucks, algún automóvil de gama baja y, sobre todo, motocicletas, muchas motocicletas.
Anochecía y debía atravesar la avenida para regresar a al hotel tras mi visita turística pero no había semáforos ni guardias urbanos y la circulación no ofrecía ni un resquicio. El tráfico era denso y compacto. Pasaban los minutos y comenzaba a impacientarme cuando me percaté de la técnica de los locales para cruzar la avenida. Simplemente se sumergían entre el tráfico y los conductores, que ciertamente tampoco iban a grandes velocidades, maniobraban para hacer las correcciones necesarias y evitar la colisión. En el tiempo que permanecí allí todos los que probaron a cruzar llegaron a la otra acera ilesos, así que decidí hacer lo mismo.
Realmente se trataba de un auténtico acto de fe. Con decisión me encaminé a la ruidosa y atestada calzada y, para mi sorpresa, note como los vehículos parecían deslizarse suavemente a mi alrededor en una especie de rítmico baile. Entre el vasto océano de motores un sendero diáfano iba emergiendo frente a mí tal como las aguas se abrían para Moíses, y, por supuesto, llegué sano y salvo al otro lado.
Aunque tal vez no nos resulte tan obvio como el tráfico de Hanoi el mundo que nos rodea es un conjunto indeterminado de caos en el que constantemente navegamos sin apenas darnos cuenta de los riesgos que corremos (o simplemente los asumimos naturalmente) ni del poco control que tenemos sobre las situaciones.
Este incesante fluir entre la confusión, el caos y el desorden suele concluir en un brusco cataclismo ya sea un accidente, una crisis económica, un terremoto, una pandemia o un colapso sin fecha de caducidad determinada. No se sabe cuándo ni cómo pero llegará y en ese instante necesitaremos resetear y volver a iniciar todo el sistema. Connie Willis en su divertidísima novela Oveja Mansa nos cuenta como una socióloga que analiza modas y tendencias y un experto en teoría del caos en vez de con macacos como pretendían terminan experimentando con ovejas. No hay nada más gregario que un rebaño pero tampoco percibían un líder claro. La que sin saberlo encauzaba los comportamientos del grupo era la oveja mansa; otra como las demás, sin nada especial, irreconocible para el rebaño y casi para los investigadores pero un poco más hambrienta, un poco más rápida y un poco más ansiosa que el resto.
En el mundo que vivimos sucede lo mismo, hay inconscientes disrruptores que nadie reconoce como líderes tal vez sólo un poco más rápidos o un poco más ansiosos pero que al final son los causantes últimos de que se produzcan nuevos escenarios o situaciones. Nadie sabe a ciencia cierta por qué todas las jovencitas modernas se cortaron el pelo a lo garçon en la Francia de los años 20 del pasado siglo, por qué en los parques en todo el mundo en los años 60 los adolescentes hacían equilibrios con el hula-hoop o por qué en el 2020 se viraliza un vídeo. Tampoco se sabe por qué se pasan de moda esos fenómenos.
En el libro El Poder del Desorden, Tim Harford nos muestra como el ajuste a circunstancias adversas o extremas puede conducir a resultados por impredecibles sorprendentemente buenos. Así nos cuenta como la leyenda del jazz de los años 70 Keith Jarret conmovido por el desconsuelo de una inexperta y casi adolescente promotora de espectáculos musicales accede a tocar con un piano desafinado. El calamitoso estado del instrumento le obligó a tocar de una forma muy especial, aporreándolo en ciertos instantes para que se escuchase desde las filas más altas del teatro. El resultado fue el Concierto de Colonia, probablemente la mejor interpretación de su vida y de cuya grabación vendió 3 millones de copias. También nos explica Haford como en el campo de batalla el general Romel, militar alemán que destacó por su valentía y sus victoriosas campañas en las dos guerras mundiales y popularmente conocido como el zorro del desierto, no temía enfrentarse a situaciones impredecibles. El secreto de sus victorias era su alta capacidad de adaptación y cambiar sin miedo de tácticas, estrategias y objetivos casi a tiempo real. En el ámbito de la política el reverendo Martin Luther King que para el sermón semanal de su parroquia solía dedicar 15 horas de preparación, por distintas razones (ya fuera la falta de tiempo o el dejarse llevar por la multitud que le escuchaba) realizó alguno de sus discursos más multitudinarios, conocidos y emotivos (“I have a a dream”, por ejemplo) casi de forma improvisada, bien es verdad que su experiencia y su talento preparando discursos durante años fue, sin duda, lo que le permitió alumbrar discursos tan inspirados sin apenas preparación previa.
Hablo de caos e inmediatamente vienen a mi mente imágenes de La Fiera de mi Niña, la disparatada, surrealista y divertidísima comedia de Howard Howks. Todos recordamos como reímos y en parte sufrimos (al menos los tímidos) con las peripecias de David Huxley (Cary Grant) un apocado arqueólogo de salón prometido con una rígida y convencional mujer cuya máxima aspiración es ensamblar el esqueleto de un brontosaurio. La casualidad hace que el día antes de su boda caiga en las redes de la caprichosa, adinerada y excéntrica Susan Vance (Katherine Hepburn), a su vez sobrina de una millonaria. La vida del arqueólogo se pondrá a partir de entonces patas arriba en una sucesión de situaciones absurdas y disparatadas; leopardos, huesos enterrados, detenciones policiales, diálogos desquiciados, vestidos que se rompen, esqueletos que se desmoronan y locura por doquier pero a la vez en una existencia monótona aparecen frescura, inteligencia, mordacidad, pasión, arrebato y vehemencia. Su vida ahora será más complicada pero seguro que tendrá más sabor.
Todo lo expuesto nos demuestra que sucumbir siempre a la disciplina del orden hace que nuestras vidas sean predecibles aburridas y no estaremos entrenados para afrontar las perturbaciones que inexorablemente encontraremos en nuestro devenir vital. Cualquier oveja mansa puede ser capaz de asumir un reto imposible, un viaje deslumbrante, una aventura al límite, leer, aprender, soñar, curiosear, compartir sentimientos e ilusiones, formar parte de algo más, y, por supuesto, enamorarse; el tsunami que provoca naufragios en los corazones, destroza los muros de la razón, hace que el cuerpo palpite al máximo nivel de agitación y todo lata al ritmo de un compás desenfrenado. El desorden está a nuestro alrededor acechándonos no hay motivos para temerlo, abracémoslo con pasión y regocijémonos en él.

sábado, 2 de mayo de 2020

LA NUEVA NORMALIDAD

Mi hábitat, cálido y acogedor, súbitamente se fugó para emerger un territorio hostil e irreconocible. Un espacio deshabitado de abrumador silencio, despojado del murmullo de otros semejantes, del rugido del motor de una camioneta o el chirrido de los frenos de un coche, del taconeo de las pisadas, del tintineo de las monedas en los bolsillos de los paseantes, de las risotadas de los niños en los parques, de la cautivante fragancia que desprendía la jovencita al pasar, del nauseabundo hedor del contenedor de la basura que removía el indigente, del agradable olor a chocolate de la churrería o del peculiar aroma del fermento de la sidra con serrín de las sidrerías. Un lugar donde las palomas aguardaban en vano por niños que las persiguieran, las gaviotas ya no tenían restos de comida en las terrazas a los que acechar, los regalos de los escaparates no llegarían a tiempo para el día del padre y, en unas calles desiertas, los furtivos caminantes ya no necesitaban zigzaguear para evitar el chocar con otras personas. El desagradable y ronco eco del sonido de la emisora del coche patrulla era lo único que impregnaba aquel angustioso ambiente.
Gijón, igual que otras tantas poblaciones de España y del mundo, era una ciudad desahuciada que ya no olía, ni sentía que carente de pulso y razón agonizaba provocando una desoladora sensación de malestar. De repente volvieron a salir los niños y pude observarlo todo de otro modo. Y es así cómo, tras este brusco y despiadado paréntesis, fui capaz de mirar a mi ciudad, con los mismos ojos un niño que tras una transitoria ceguera vuelve a ver el mundo. Con el mismo entusiasmo que mi sobrino Yago sentía cuando con poco más de dos años veía los pictogramas del Puerto Deportivo, “prohibido bañarse”, “cuidado resbala”, “prohibido aparcar” y se deleitaba al comprender que aquellos dibujos tenían algún significado. Con la misma sorpresa que le producía la rugosidad de la corteza del tronco al acercar la mano al árbol. Con la misma atención con la que seguía el movimiento de las palomas cuando las cebaba o las perseguía. Con la mismo espíritu aventurero que demostraba cuando exploraba una cercana casa en ruinas y se asustaba al ver los cristales rotos, las caras a medio terminar de los grafiteros o los amarillentos recordatorios de comunión de una librería abandonada. Alegría, sorpresa, susto, todo emociones a flor de piel, así fue como vi Gijón en aquel momento.
Me percaté del florecer de las plantas, de la colonia de patitos que habían colonizado el estanque de la plaza de Europa, de la fisonomía de los edificios, de las grietas en el suelo por la que emerge una fila de sufridas hormigas, de la gente que se cruza, de las casonas que resistían entre los altos bloques de pisos, de los miradores, de las cornisas, de las columnas en forma cariátides, de los letreros de caligrafías imposibles y de otros muchos hitos del paisaje urbano en los que, pese a pasar delante de ellos casi a diario, nunca había reparado. Por un momento me creí capaz de oler los sonidos y escuchar los colores. La sinestesia, esa maravillosa capacidad que los niños tienen y los adultos hemos perdido por completo.
Me sorprendió el resonar del bote de las pelotas en el Paseo de Begoña, los niños corriendo, el avance de los ciclistas o la marabunta de personas moviéndose en el Muro. En esos primeros instantes de mi vuelta a la calle disfruté paseando con el mismo placer y regocijo que experimento cuando viajo a un lugar lejano y exótico por primera vez. Sin embargo el cielo violáceo me hizo ver que anochecía y debía de volver pronto a casa. Algo me produjo cierto desasosiego y malestar, me invadió sensación de desconcierto y nostalgia, ecos de una profunda tristeza que no pudieron acallar los aplausos desde los balcones.
Entonces caí en la cuenta de que lo que hace para cada uno de nosotros maravilloso este mundo es precisamente nuestra propia capacidad para reconocerlo e interpretarlo sin cortapisas. La aspiración es encontrar la plenitud en él según nuestra particular vision del mismo, la cual está condicionada por nuestras propias vivencias previas, nuestros orígenes y peripecias, nuestra jerga, lenguaje o idioma, nuestra escala de valores, nuestros miedos o fobias, nuestros particulares talentos, gustos e intereses, nuestras liturgias, nuestro tiempo de duelo, nuestro propio modo de sentir, nuestro ritmo vital. Cada individuo es un particular microcosmos único e inimitable. Por tanto debemos mirar el mundo siempre como algo poliédrico, especial e insólito. Muchos pretenden acotar o descifrar la realidad por nosotros o determinar lo que está bien o lo que está mal, quiénes son los buenos o los malos o que es importante o no. Entiendo que dejarse influir por esas interferencias no es vivir una vida plena, ni tomar conciencia de lo que sucede. Sin perjudicar nunca a los demás cada uno tiene que elegir su propia realidad, a qué va que poner más énfasis y cuáles son sus prioridades.
Recuerdo cuando de la mano de mi sobrina Aitana de entonces apenas tres años, paseaba por el bonito pueblo de Manly, cerca de Sidney. Nada podía ser más perfecto, surferos en la interminable playa, un luminoso día, cuidadas casitas, una amplia costanera, y, por supuesto, el murmullo de la gente local, las fugaces conversaciones acá y allá, un sonido comprensible para ambos (sobre todo para ella que es bilingüe) pero sin la armonía y musical calidez del primer y familiar idioma. Detrás de nosotros oímos, al fin, una pareja de españoles que conversaban. Hablan ñol!!!- Me dijo emocionada Aitana.
Temo que la pomposa nueva normalidad sea la excusa para imponernos una nueva realidad. Detestaría vivir un esplendoroso nuevo mundo tecnológico que nunca hablará mi idioma nativo y en el que siempre sería forastero. Abominaría un lugar donde los algoritmos, los técnicos anónimos y la autocracia se convirtieran en los censores de mi pensamiento. Deseo decidir sin interferencias, arropado por mi familia y mis recuerdos, fiel a mis orígenes y mis raíces, en armonía con el tiempo y espacio donde me he criado y las experiencias que me han tocado vivir. Quiero el mundo de antes, aunque ahora sea capaz de mirarlo con unos nuevos ojos.

martes, 28 de abril de 2020

PENSAR RAPIDO, PENSAR DESPACIO

En un momento tan convulso y con tantos cambios inminentes es más necesario que nunca entender que está pasando y acertar en las decisiones que tomemos por ello me pareció pertinente releer el libro del psicólogo y premio Nóbel de Economía Daniel Kahneman, Pensar Rápido, Pensar Despacio.
El autor nos explica que hay dos sistemas que moldean nuestro pensamiento.
El sistema 1 es el más emocional, intuitivo y rápido.
El sistema 2 es más lento y trata de controlar al rápido. Busca una argumentación más compleja y exige concentración. También más esfuerzo, por lo tanto a la hora de tomar decisiones muchas veces se ve superado por la impulsividad del sistema rápido.
Pongamos un ejemplo.
Una raqueta y una pelota cuestan 1,10 euros.
La raqueta cuesta un euro más que la pelota.
¿Cuánto cuesta la pelota?
Si nos dejásemos llevar por nuestro primer impulso –sistema 1- (según encuestas así lo hace la mayor parte de la gente) diríamos que la pelota cuesta 10 céntimos, pero la respuesta correcta es 5 céntimos.
El sistema 1 es el que está operativo la mayor parte del tiempo y nos hace caer en numerosos errores de interpretación, sobre todo cuando el sistema 2 está agotado o se vuelve demasiado perezoso.
El sistema 1 busca conexiones de causalidad allí donde no las hay, es una escopeta mental que siempre trata de emitir un juicio aun cuando no hay datos suficientes para hacerlo. No hay que saltar a las conclusiones sin tener la información necesaria ni tampoco en la ilusión de construir historias y entenderlas cuando carecemos de información suficiente.
También cae con facilidad en lo que se denomina efecto halo. Veamos un ejemplo respecto a la descripción de personas. Caso 1: Inteligente, diligente, testarudo, envidioso.
Caso 2: Envidioso, testarudo, diligente, inteligente.
Son los mismos adjetivos pero generalmente tendemos a ver con mejores ojos las personas del caso 1 que la del dos por que los primeros rasgos que hemos conocido sobre él nos ha condicionado.
Una primera pregunta también puede condicionar el resultado de la segunda. Así preguntar ¿Eres feliz? No es lo mismo que preguntar ¿Hace cuánto que no te suben el sueldo? ¿Eres feliz?
Otra variante parecida es el efecto ancla ¿Tenía Gandhi 104 años cuando murió? ¿Qué edad tenía cuando murió? Al haber dado una referencia inconscientemente la tendremos en cuenta para calcular su edad y supondremos que murió más viejo de lo que realmente lo hizo. Gandhi, por cierto, murió con 78 años.
Nuestras simpatías y antipatías suelen determinar nuestras versiones sobre el mundo y nuestro muestreo (el torbellino de imágenes que se nos vienen a la mente sin ningún filtro estadístico) suele ser muy pequeño con lo que los resultados serán generalmente equivocados por estar alejados de los patrones de la media.
Tampoco somos buenos valorando que un éxito desproporcionadamente grande y repentino en una actividad difícilmente se vuelve a repetir (en este caso suele influir el factor suerte) y al siguiente intento los resultados suelen ser menos brillantes. A esto se llama regresión a la media.
La falacia de la planificación, pensar que todo lo tenemos controlado y no ver nuestro plan desde fuera, así como fiarnos de las opiniones de los demasiado optimistas, los que primero y más hablan generalmente en las reuniones y a los que más nos gusta creer por su modo de sacar conclusiones, generalmente sin aportar datos suficientes, pero simplistas, efectistas y maniqueas, también nos lleva a cometer fatales errores.
El sistema 1 sobre estima los efectos improbables cuando se le presentan de forma numérica. Está muy conectado a las emociones y si visualiza algunos casos trágicos sobrevalora el peligro y tampoco es bueno haciendo estadísticas. Suele tener una gran aversión al riesgo (miedo a perder) con lo cual suele tomar malas decisiones a la hora de invertir.
Asimismo la cascada desproporcionada de algunas imágenes hace que sobredimensione el peligro de accidentes o ataques terroristas. La muerte por enfermedad es 18 veces más probable que por accidente, sin embargo, cuando se hacen estadísticas muchas personas piensan que están casi a la par. Por eso sobre exponernos a según qué imágenes condicionará muy mucho nuestro modo de pensar y hay quien lo sabe muy bien y no duda en utilizarlo.
El miedo (potente emoción) también está detrás de decisiones que no se ajustan una realidad porcentual. La vida es un continuo riesgo y hay que lidiar con él del modo más lógico y eficaz posible.
Veamos menos la televisión, la estudiada cascada que imágenes con las que pretenden condicionar nuestro pensamiento y leamos y pensemos más desde la concentración y la racionalidad. Esa es mi recomendación para este día.

martes, 14 de abril de 2020

21 LECCIONES PARA EL SIGLO 21

Tuvo que ser este desdichado período de pandemia el que me proporcionó el tiempo y el reposo necesario para emprender y disfrutar de la lectura de un libro que compre ya hace meses pero con el que, dada su densidad, me costaba arrancar. Se trata de 21 Lecciones para el Siglo XXI de Yuval Noah Harari.
Si fascinante fue sus relato sobre la evolución de nuestra especie en su obra más conocida Sapiens e inquietantes sus predicciones para el futuro en Homo Deus en esta obra el autor nos ofrece una nueva perspectiva haciendo una pormenorizada disección y análisis la época contemporánea y el estado actual en el que se encuentra el mundo y nuestra especie hoy y ahora, así como nuestros retos más inmediatos.
Los humanos nos hayamos en un momento donde la tecnología nos ha permitido alcanzar un increíble progreso pero al mismo tiempo, y como bien hemos podido observar en el actual periodo de pandemia, nos ha abotargado, confundido y hecho perder parte de nuestro potencial, igual que las vacas domésticas que sin duda son más dóciles y productivas a la hora de dar leche pero son menos ágiles, robustas y curiosas que sus hermanas salvajes.
El autor nos anima a ser muy críticos con ideologías, religiones e "istmos" ( nacionalismo, racismo ) a cuestionarnos los relatos, a ser más racionales respecto nuestros temores, mitos y fantasías, a tratar de mantener nuestra autonomía en un mundo donde los algoritmos condicionan y aspiran a controlar nuestro comportamiento devaluando nuestro valor como humanos. Y lo más importante, sobre la base de la meditación y la profunda reflexión, Harari nos alienta a construirnos un nuevo relato pero adquiriendo conciencia de que el propio relato no es lo más relevante sino la introspección y la búsqueda de una voz interior lo menos contaminada posible de creencias, sesgos y falsedades.
Una auténtica delicia de libro que he interiorizado bien y que a partir de ahora ha pasado a mi acervo, convirtiéndose en una eficacísima herramienta para enfocar de una manera más precisa todos los debates y conflictos que nos rodean. Os recomiendo vivamente su lectura, es un manual por la colaboración y contra la intolerancia, un demoledor alegato contra todo tipo de fábulas maniqueas, aportando pruebas y evidencias de lo absurdo de muchas creencias populares. Os volverá más más humildes, más empáticos, más reflexivos y, definitivamente, os ayudará a conoceros mejor a vosotros mismos y al mundo que os ha tocado vivir.

domingo, 5 de abril de 2020

EL VERDADERO RELATO DEL NUEVO MUNDO FELIZ

El emocionante viaje concluyó abruptamente.
La curiosidad fue cercenada y los cerebros lobotomizados por los sicarios informativos de las palancas de trasmisión del nuevo régimen.
La realidad ya no era real. Lo real era lo que el “gran amo” emitía por las pantallas. ¿Y cómo no amar al amo? El mismo era la hermosura y la lozanía. El proporcionaba sólo belleza en las pantallas. En ellas no había ni luto ni muerte, ni sufrimiento ni dolor, tampoco nostalgia. En las pantallas sólo había felicidad y distracción, recreo y algarabía por tiempo ilimitado. Todo era tan maravilloso en el mundo de las pantallas que no estaba permitido ser desdichado en ellas. Lo cierto es tampoco había posibilidad de otro mundo más allá de unas paredes imposibles de traspasar.
¿O sí la había?
Un mundo que ya no es plano sino complejo, que no es una sombra en una pantalla, que tiene matices y destellos. Un mundo que huele y que sabe, que transpira, que vive y que lucha y que también muere. Un mundo donde hay disidencia.
Disidencia en el salón, en el baño y en la cocina.
Disidencia en el supermercado, en el banco y en la farmacia.
Disidencia en la laberíntica complejidad de nuestra mente que nunca podrá ser arrebatada por la pobre aunque suprema superficialidad del impostado amo.
Disidencia en un pensamiento que construye, deconstruye, profundiza, viaja y tiene avidez por conocer mucho más allá de las absurdas verdades impuestas por quienes apenas conocen el significado de tan primorosa palabra.
Disidencia también dentro de mi cuerpo que palpita y ansia por impregnarse de la auténtica fragancia del mundo, tan asombrosa y rica en matices, que desea catar la vida a sorbos y que tampoco ha eludido nunca una buena batalla. La resonancia de mis pisadas al caminar se convierten ahora en un constante toque a rebato a la disidencia.
Disidencia de casta, de tribu, de familia y de linaje.
Disidencia, siempre, disidencia.
Yo he elegido ser un disidente y encantado pagaré el peaje de hielo del desprecio y del desdén. Porque, al contrario de los otros, el corazón del disidente aún palpita y, aunque en el exterior haga frio, el ardor, la pasión y la clarividencia proporcionan una inconmensurable y verdadera, si, VERDADERA, calidez interior.
La verdad no existe. La verdad es una búsqueda, un viaje. Si nos privan de eso y los amos nos proporcionan las verdades absolutas nos están privando del propio regocijo de emocionarse, de descubrir, del placer mismo de vivir.