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martes, 29 de mayo de 2007

BUSCANDO LA LUZ

Una llamada telefónica interrumpió mi siesta. Era José Manuel. Me animaba de que fuese a un acto con él esa tarde. Siempre tan misterioso no quiso aclararme en que consistía exactamente el acontecimiento. Me excusé. Esa misma noche mis padres llegaban de París, la ciudad de la luz, debía de coger el coche para traerlos desde el aeropuerto y temía que se tratase de una espicha o alguna otra clase de encuentro por el estilo con el alcohol como protagonista.
Insistió y al final logró convencerme. El acontecimiento lo organizaba Jonás, antiguo compañero en la Facultad y ahora exitoso abogado y tertuliano con el que José Manel aún mantenía un contacto fluido. No lo había visto desde hacía años y me apetecía charlar un rato con él.Sólo cuando acepté me explicó que el encuentro era en el Centro Pumarín Sur a las 8 de la tarde. Respiré aliviado, evidentemente aquel no era el lugar adecuado para una espicha.
La curiosidad me hizo ser bastante más puntual de lo que es habitual en mi y allí me encontré con Tomás. Me saludó con cordialidad, igual que si no hubiesen pasado tantos años desde que me prestaba apuntes en la facultad. Se notaba más delgado y seguro de si mismo, con un poso de tristeza por lo que había dejado atrás pero ilusionado por nuevos aires caribeños. Iniciamos una animada conversación a la que también se unió José Manuel a los pocos minutos. Se le notaba cómodo hablando del pasado pero pronto tuvo que dejarnos, no sin antes animarnos a que tomásemos asiento en el salón de actos.
Allí fueron apareciendo rostros conocidos en el ámbito local. Concejales, periodistas, no recuerdo si también la venerable alcaldesa.A los pocos minutos vi aparecer al lado de Tomás un hombre cincuentón, bizco y de barba entrecana. Era Fernando Savater, vasco, rebelde, inquieto y autor de alguno de los libros más lúcidos que he leído como Las Preguntas de la Vida o Ética para Amador.
El encuentro con el filósofo no se había anunciado en ningún medio de comunicación tal vez buscando que se tratase de un acto íntimo y participativo o más probablemente, evitando dar demasiadas pistas a aquellos que lo habían amenazado de muerte. Entonces agradecí en su justa mediada la llamada de José Manuel, su discreción y paciencia, insistiendo en que acudiese a la cita. Se trataba de un acontecimiento único y exclusivo, con Savater, uno de mis ensayistas favoritos, como gran protagonista.
Se dirigieron una mesa habilitada en la tarima y tras la introducción del anfitrión, impecable y amena, pero para mi interminable, dado el ansia que tenía de escuchar a Savater, el filósofo cogió por fin el micrófono y comenzó la disertación. El sabio donostiarra animaba a fomentar la curiosidad como única forma de liberar a los hombres de su destino. Esto habría de modularse mediante las herramientas adecuadas, es decir, las que proporcionaba la educación. Explicaba como en la Grecia de Pericles se educaba porque cualquier ciudadano podía convertirse en cualquier cosa dentro de la sociedad griega y se quejaba del fatalismo de nuestras sociedades donde se piensa que el hijo del ignorante siempre tendrá que serlo o que el del pobre siempre ha de ser pobre.
La educación es, sin embargo, el elemento de progreso que permite la movilidad social. Mientras el filósofo hablaba se le veía disfrutar, sonreía. Parecía imposible que un hombre tan poco agraciado físicamente pudiese resultar tan carismático e inspirador. De una forma sorprendentemente didáctica exploró los recovecos de la libertad, la belleza, la justicia y la muerte.No dudó en llamar idiotas ( del griego idiotes ) al referirse a los que no se metían en política, preocupados solo de lo suyo, incapaces de ofrecer nada a los demás y pontificó la obligación del ciudadano de informarse, de mantenerse al tanto de devenir político y social, del mismo modo que conocía los cotilleos del vecindario o el equipo campeón de la liga de fútbol.
También fue claro cuando abordó el problema vasco. Según nos explico la raíz del mal es que tal problema no existe ya que (a diferencia de Irlanda, por ejemplo, donde la situación de los católicos ha sido tradicionalmente de marginación) no hay una base objetiva, histórica ni económica para justificarlo y sus ideas no serían tomadas en serio si no fuese por la violencia.
Finalmente dio una receta para alcanzar la felicidad. En una sociedad materialista regida por mentes sencillas y gustos complejos, la clave es darle la vuelta y tener la mente compleja y los gustos sencillos.Acabada la conferencia, y ya con prisa, apenas tuve tiempo para despedirme de José Manuel y ni me planteé acercarme a Tomás o al filósofo donostiarra, rodeados ya de políticos y figurones.Mientras conducía el coche de camino al aeropuerto pensaba en mis padres y sus bonitas vacaciones en la ciudad de la luz, siempre tan bella, mágica e inspiradora, pero nada que ver con la clase de iluminación que yo había tenido aquella tarde.

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