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viernes, 29 de junio de 2007

PASAJE A NUESTROS SUEÑOS

Nunca había salido del Gijón industrial de finales de los años 70, aquel condicionado por el trabajo a turnos en ENSIDESA y un efervescente Musel, con sindicalistas que se hacía dueños de las calles o domingueros que iban a disfrutar del eurosporting o a tomarse aperitivos en la ruta de los vinos.
Yo solo era un niño de 4 años pero aún puedo rememorar la primera vez que me llevaron a uno de esos mágicos templos de la modernidad. Aún puedo recrearme con las sensaciones que me produjo aquel entorno. Fue algo quasi místico. Me encontraba en la antesala de un inexplicable agujero de gusano que me absorbía y me lanzaba muy lejos, más allá del horizonte.Andando el tiempo pude ir conociendo otros muchos y recrearme dejándome hechizar por ellos.
Son puertas de entrada a mundos diferentes y distantes, el vestíbulo de países y civilizaciones, crisol de culturas e idiomas, torres de Babel caóticas y fascinantes.Son los aeropuertos, desmesurados y frágiles, algunos inmensos, otros pequeños o medianos pero siempre inabarcables.Incertidumbre, interminables horas de espera, conexiones imposibles, emoción prisas y pánico al perder el enlace, equipajes que desaparecen, vuelos que no llegan pero, al fin, el único acceso posible a otras sensaciones y texturas, otras etnias y atuendos, otra gestualidad e idiomas.
Los hay futuristas, con peligrosas e inacabables cintas para caminar y psicodélicas luces inspiradas en las películas de ciencia ficción de los 70, como el de Frankfurt.Los hay claustrofóbicos, densos y abigarrados como Heathrow.Los hay arcaicos y con interminables rampas hasta la estación de autobús, como el de Gatwick. Curiosos recuerdos tengo de aquel lugar y de aquel vuelo, un 11 de septiembre del 2001.
Los hay demasiado cerca de la urbe, achacosos y destartalados, como el de Lisboa.Los hay enmoquetados y ultralimpios, sofisticados, novísimos y megaseguros, como el Changui en Singapur.Los hay sorprendentemente occidentales y espaciosos como el de Ataturk en Estambul.Los hay desorganizados y caóticos, con nubes de maletas volando por cualquier rincón, pero al fin eficaces (al menos tuve la suerte de salir airoso del trance), como el de Fiumicino en Roma.Los hay menos desorganizados y caóticos pero profundamente italianos al fin y al cabo como el de Malpensa en Milán.
Los hay con techos bajos y monjes budistas mezclándose entre la horda de turistas como el de Bangkok.Los hay amplios, cristalinos, luminosos pero demasiado sofisticados para las capacidades de sus moradores como la T4 en Barajas o entrañables como su parte antigua.Los hay coquetos, accesibles y a escala humana como El Pratt de Barcelona.Los hay que son el saloncito de tu casa, pequeños, amables y acogedores, como Ranón en Asturias. De allí salí por primera vez siendo un niño y quedé atrapado para siempre en sus redes.

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