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jueves, 8 de marzo de 2007

EL CAIRO


El Cairo es una majestuosa ruina en medio de un constante caos circulatorio. Grandes rascacielos, modernas tiendas, ruidosas avenidas, la torre del Cairo, el Museo Egipcio donde miles de años de Historia de la humanidad se apilan en unas desordenadas vitrinas, las desafiantes pirámides con camellos y turistas alrededor y a su sombra un montón de laberínticas e interminables callejuelas por explorar de difícil acceso y de espaldas a la modernidad.Las puertas de los negocios, muchos desconocidos o ya extinguidos en occidente, siempre están abiertas. Un puesto de falufen ( carne picada típica ), una ebanistería, un limpiabotas, una carbonería, un punto de reparación de transistores y en la esquina una tetería de mugriento azulejo blanco y un vetusto televisor en blanco y negro emitiendo un rancio serial romántico. Algunos se sientan y fuman en la cachimba pero en general la actividad es frenética. Un burro comiendo alfalfa, un crío transportando un montón de panecillos en la cabeza, carretillas siempre llenas de extraños productos y un olor a especias que lo invade todo.


Un peugeot, el vehículo favorito de los taxistas cariotas, trata de pasar por la atestada callejuela sin asfaltar a golpe de claxon. Milagrosamente consigue atravesar la marabunta, recogerme en la tetería y salir por entre una de las más de 1000 mezquitas que adornan la ciudad. Le mando que me deje en la antigua ciudadela y ya desde fuera del recinto amurallado admiro la magnífica mezquita de Mohammed Ali. Se asemeja a la mezquita azul de Estambul pero su interior aún está más ricamente decorado.Salgo y me acerco a los muros de la ciudadela y contemplo la fastuosa megalópolis de 12 millones de habitantes que es El Cairo.


Observo que el bazar no está a mucha distancia y decido acercarme caminando.Tras más de media hora vagando por estrechísimas calles llego al Khan el Kalili, donde los vendedores me abordan por doquier y los aromas a especias penetran hasta lo más recóndito de mi alma. Me interno por uno de los callejones del bazar y cansado decido tomar un denso café egipcio en Al Fishawy, allí donde el Premio Nobel Nabuib Mahfouz tenía una tertulia literaria.Anochece y comienzo a escuchar con nitidez al mujaidin llamando a la oración. La calma parece reinar por unos instantes. Algunos devotos rezan en las tiendas, otros se dirigen a la próxima mezquita de Al Hussein.




Salgo del café, regateo con el taxista y consigo que me lleve al hotel Ramses Hilton, donde me alojo, por 15 libras egipcias ( unos dos euros ), seguro que si insistiese más aún me hubiese rebajado algo.Desde el restaurante del Hotel magníficas vistas sobre el Nilo y otra vez las luces y la modernidad, esa que amenaza con comerse la verdadera alma del Cairo. Al menos siempre nos quedará el recuerdo de lo que fue.

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