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lunes, 30 de julio de 2007

EL FADO

Ya hace tiempo que me acabé la botella de tawny que me traje de Lisboa la pasada primavera, al menos me queda la cinta de Amalia que compré en la Rua Augusta y me recreo escuchando fado.
 Me invade entonces la melancolía, ese sentimiento tan necesario en un mundo excesivamente autocomplaciente, y por un momento me siento un fadista, un bohemio, un subversivo carente de cualquier corrección política, un fatalista según el origen etimológico de la palabra fado (fatum en latín).
Quiero conocer otros mundos y vivir otras vidas menos convencionales, peligroso camino para aquellos que no dominan los secretos del arte y la música, para aquellos que no poseen el don de Orfeo, que no pueden encandilar al mismísimo Hades con la magia de su melodía y salir indemnes del infernal inframundo.
Pero enfrentarse al horror de lo desconocido es el proceso necesario para destilar las necesarias dosis de sabiduría. Todo puede comenzar en la Taberna del Rey en la Alfama lisboeta escuchando a la angoleña Ana María ( la misma que en el 2004 impresionó a Bill Gates ) poner toda su sudorosa alma negra y sus abundantes kilos en la interpretación de cada estrofa o deleitándome en la terraza de la Galana, en la plaza mayor de Gijón, una calurosa noche de verano con la pureza de la música de Ana Sofía Varela y Ricardo Ribeiro, dos jóvenes músicos portugueses incansables embajadores del fado en cualquier rincón del mundo, en lo que han sido mis dos gloriosos encuentros con el fado en directo el pasado 2006, entre bacalaos el primero y sidras el segundo y preludio de dos noches intensas y profundas en sendos barrios altos.
El fado no conoce de idiomas o lugares, es un veneno que se te mete en el cuerpo, un poso que sedienta en los pliegues de los corazones inconformistas y para el que no existe más antídoto que unos tragos de tawny en los momentos de grave crisis.Como dice un famoso fado "ser fadista é triste sorte porque nos faz pensar na vida e na morte".

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