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miércoles, 25 de junio de 2008

A LOS PIES DEL TEIDE

De vuelta de Praga, tras aprovechar el fin de semana en Barcelona para pasear otra vez por el Barrio Gótico y la rambla, recrearme con el animadísimo mercado, comer por la zona de la Diagonal y rematar el sábado con una agradabilísima cena en el inmejorable entorno de Los Cuatro Gatos, partí a primera hora de la mañana con destino a Tenerife, donde pretendía apurar mis últimos días de vacaciones sin más expectativa que relajarme y disfrutar de una hospitalaria invitación.
Ya desde el avión mismo me impactó la imponente presencia del Teide, que como todas las montañas volcánicas ( tuve la misma sensación cuando recientemente sobrevolé Sicilia y el Etna con destino a Malta ) trasmite fuerza y transpira vida.
Agradablemente sorprendido por esta primera impresión aterricé en el coqueto aeropuerto Norte y de allí me trasladé a Candelaria, acogedor pueblo de pequeñas playas de gruesa arena oscura y bastante vida en torno al santuario de la virgen patrona de la isla, todo a una escala local con una profunda huella canaria. La primera excursión, siempre en la mejor compañía posible, la realicé a la Orotava, parque natural de gran verdor en contraste con otras zonas más desoladas de la isla ( es curioso la gran cantidad de climas y paisajes de los que se puede disfrutar en un espacio tan pequeño ) y de allí accedí al Teide, en la empinada subida al majestuoso pico tuvimos que atravesar las nubes que, detenidas a mitad de montaña, parecen separar lo terrenal de lo celestial. Tras el mar de nubes, un abrupto e interminable paisaje de piedra casi virgen se abría a nuestro alrededor, solamente delimitado por el no tan lejano Océano Atlántico. Tras el corto paseo por entre las rocas descendimos al Puerto, curiosa localidad que combina las maravillosas creaciones del escultor y arquitecto César Manrique, formando un espléndido parque en el centro de la localidad o estimables edificios de estilo tradicional canario con su inconfundible patio central con animadas pero horrorosas moles de hormigón atestadas de turistas. Los restaurantes de comida basura proliferan por doquier pero mi providencial amiga me dirigió a un fantástico restaurante donde, en medio de un amplio patio con una fuente y rodeado de miradores de madera probé el conejo al salmorejo, el bacinegro y las “ papitas arrugadas”, exquisiteces a las que se podía añadir el mojo ( salsa ) que a su vez puede ser picón ( picante ) y regado todo con el mejor vino canario.
Abandonamos El Puerto con dirección a Garachica precioso pueblo marinero con una original sucesión de piscinas naturales de piedra volcánica, auténtico capricho de la naturaleza, y en el que aún se pueden observar restos de una antigua fortaleza defensiva española.
Entre palmerales y por una zigzagueante carretera al borde de un desfiladero llegamos a punta Tena en el extremo oeste de la isla. Más allá del mar quedé impresionado con un recio y descomunal desfiladero, el de los gigantes y lo marqué como visita obligada para la jornada siguiente.
Tras recorrer casi toda la isla en dirección opuesta llegué al acantilado de los Gigantes, la pared aún impacta más en la cercanía y a sus pies hay otra agradable playa en la que aproveché para darme un baño y relajarme. A mi vuelta hice un par de paradas en las Americas y los Cristianos, dos verdaderos templos del turismo de masas, auténtica profusión de enormes y lujosos resorts ( hay que reconocer que alguns de los más modernos tienen cierto estilo ), centros comerciales y variopintos turistas en pantalón corto y chanclas ( o cholas como dicen los canarios ). En busca de algo más auténtico huí con dirección a Las Caletillas y allí cené a base de lapas, samas, viejitas y, por supuesto, buen vino de la tierra.
En mi última jornada me acerqué a la capital, Santa Cruz, una ciudad muy animada con bellos edificios de estilo modernista, mercado de estilo árabe, amplias calles peatonales, ramblas y avenidas ajardinadas. Sin embargo el puerto industrial en el centro mismo de la ciudad, a pesar de la vida que le proporciona el ferry, quita belleza a la fachada marítima y para disfrutar del mar hay que acercarse al pueblo de las Teresitas donde, enmarcado por una empinada ladera en plena expansión urbanista pero donde afortunadamente ( y al menos por el momento ) aún predomina lo tradicional, se encuentra una de las pocas playas de arena clara de la isla. Allí apuré mi última tarde en Tenerife, en una visita que superó con creces mis expectativas más optimistas y que, por su brevedad, me supo a poco.Quedo emplazado, por tanto, a visitar de nuevo tan afortunado enclave en un futuro a buen seguro muy próximo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Melancólica, para mí, la entrada, lastima que el "mojo", o "mojo picón" sea la salsa, en general, y este pude ser rojo o verde, ambos dos picantes, lo que pasa es que nunca fui capaz de diferenciar demasiado uno del otro, salvo por el color y que al rojo le van las carnes y al verde los pescados.