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martes, 10 de marzo de 2009

RECUERDOS DE LA INFANCIA


 Tal vez sea producto de la distancia, ya que el paso del tiempo da a nuestros recuerdos un poso brumoso y mágico, igual que el de las fotografías que amarillean; pero me da la sensación de que Gijón ha perdido gran parte de su aroma tradicional. Los barrios ya no tienen el tipismo que los caracterizaba antaño. Se han homogeneizado y unificado. Todos escuchan la misma voz y suenan a lo mismo.
Recuerdo mi infancia en el barrio del Carmen, en el singular ambiente en que me crié, entre los fogones del restaurante que regentaban mis padres, un lugar no siempre placentero, poco acogedor y ciertamente nada apropiado para un niño pero lleno de vivacidad y de singular riqueza.
Recuerdo con nostalgia a los curiosos personajes que solían frecuentar nuestro establecimiento. Eran únicos, auténticos e irrepetibles; últimos representantes de un mundo pasado que ya no volverá.
Recuerdo a un anciano que se hacía llamar Carlitos de Gijón, un cantante frustrado en su juventud que, ya viejo, pretendía ganarse la vida cantando por los bares aunque en realidad era un pobre hombre fantasioso y sin ingresos. Venía casi a diario y el trato era un menú gratis a cambio de llenar el local de clientes con su voz. Su anticuado repertorio de tangos no eran ningún estímulo para atraer a nuevos clientes. En realidad se le permitía cantar un par de canciones para alimentar su ego y se le proporcionaba algo de comer para hacer lo propio con su diminuto cuerpo sólo por caridad. En agradecimiento a la habitual generosidad mis padres, siempre frenéticos y demasiado atareados, Carlitos me llevaba al circo o a ver los trenes de la cercana estación. Cuando se apeaba alguna chica joven la piropeaba elegantemente con su porte de trasnochado don Juan otoñal de traje raído.
Recuerdo a Barón, el marinero forzudo, del que hubo expuesta largo tiempo una foto en una tienda de la calle San Antonio. Stallone era a su lado un aprendiz. Su cuerpo estaba decorado con llamativos tatuajes, no tan comunes en aquel entonces, que a mí me fascinaban. Cuando soplaba sobre su dedo pulgar, de un modo circense, original y muy característico, la musculatura de su vigoroso brazo parecía hincharse aún más. Presumía de aguantar en la cubierta de un barco a menos veinte grados o de haber sufrido intentos de violación por apasionadas amazonas en exóticos países. Al llegar el mes de enero se cubria con una chaqueta para protegerse del frio aunque el insistía en que era para evitar accidentes de circulación ya de lo contrario los conductores y conductoras (enfatizaba el femenino, aunque entonces no se estilaba el lenguaje políticamente correcto) se despistaban viendo su portentosa musculatura desafiando las inclemencias meteorológicas.
Recuerdo a las pescaderas de la plaza, antes de que esta pasase a ser un edificio administrativo. Las recuerdo vender en la calle la mercancía, con su voz chillona o regateando con mi padre el precio del bocarte o de la sardina, siempre tan pintadas y descaradas, muchas veces a cargo de una abundante prole y maridos viciosos y chulescos a los que ellas proveían, en una especie de macabra competición, de toda clase de lujuriosos caprichos.
Recuerdo a Esperanza Sorribas en la cocina del restaurante, aún con sus aires de condesa arruinada que muy pronto el tiempo y la locura arrebatarían, escogiendo comida entre las sobras del día para alimentar a sus gatos y palomas. Era ingeniosa y se decía poetisa. Trataba de pagar el favor con un collar de “fantasía” para mis hermanas de mucho colorido e ínfimo coste. Les decía, cuando se lo entregaba, que las mujeres ya que no tenían nuez debían de tener avellana. Nunca llegué a entender lo que quería decir con eso. Espero algún día poder descubrirlo.
Recuerdo a “Luarca”, alcohólico, desaliñado y paupérrimo limpiabotas. Le permitían guardar la aparatosa caja de madera que utilizaba y sus betunes en el almacén del restaurante y a veces realizaba algún servicio en un rincón del bar; se esmeraba en dejar los zapatos de sus clientes bien relucientes y alguno le ofrecía dinero extra con la condición de que sólo se lo gastase en vino. El hombre hacía un gesto de resignación y corría a la barra del bar a cumplir su parte del trato.
Recuerdo a don Luis, ex combatiente de la división azul, con su sol y sombra en la mano clamando bravatas y retando a don Carlos, párroco de la iglesia y habitual a la partida de cartas de la tarde en el bar, por irreconciliables desavenencias políticas. ¡Un cura comunista!. ¡Qué gran blasfemia!. Durante años el sacerdote fue capaz de ignorar las afrentas y afortunadamente la sangré jamás llegó al río, por algo era la época de la guerra fría.
Recuerdo a Magdaleno, hijo de Magdalena, trastornado por el ruido y las malas compañías, estrellando su cuatro latas contra la luna de la peluquería de la esquina a horas intempestivas, del estruendo, del estrépito, del bullicio; de las carcajadas de algunos y de los alaridos de su madre.
Recuerdo dormirme en el mirador de mi casa, justo encima del restaurante, arrullado por los fascinantes sonidos que provenían de la calle; la llamada del afilador, los cantarines de algún sidrero, o los lejanos ecos de las discusiones entre chulos y fulanas.
No soy de los que piensa que cualquier tiempo pasado fue necesariamente mejor, el montaje era más simple y los personajes más ingenuos pero las peripecias eran mucho más descarnadas.
Recuerdo al monstruoso carbonero, al que un día descubrí robando sacos y me amenazó de muerte o el día en que unos desaprensivos prendieron fuego al carro del trapero o también del día que algún sádico decidió cortarle las orejas a la amistosa perra del garaje.
Recuerdo muchas cosas, demasiadas, para los límites de lo que sólo pretende ser una sencilla bitácora.

5 comentarios:

Héctor dijo...

Esta bitácora me ha encantado. Qué manera más bonita de empezar una semana...alimentándola con nostalgia!

Jesus dijo...

Gracias Héctor. Me encanta que te haya gustado.

comer-sin-gluten.com dijo...

Preciosa bitácora Jesús! Fíjate q yo ya no me acuerdo de estos personajes. Tampoco sabía que te habían amenazado de muerte siendo un crío! Desde luego otra época, otra generación ya distinta a la mía. Parece digno de una novela de picaresca española.
Por cierto Héctor me dice q él entiende lo de la avellana. Y bueno, con un gesto q me ha hecho pues yo también lo he entendido al instante... Vaya loca decir eso a unas crías!

Jesus dijo...

Había mucha locura en el barrio del Carmen, Laura, aunque te aseguro que no siempre era fácil. Me alegra que te haya gustado.

Yiyita dijo...

Me ha gustado tus bitácora mi querido amigo, viví lo suficiente en Gijón para darme cuenta de lo singular de sus personajes, todo lo que cuentas lo he podido imaginar a color.
Lo de los niños vivaces y de singular riqueza tienes que explicármelo más, y el cantarín de tangos, que pena me dio ... y lo de la nuez! Yo entiendo que los hombres tienen "nuez" en la garganta y las mujeres no...

Un beso enorme y gracias por tus recuerdos!

Ingrid