Lo que sucede a extramuros de nuestra conciencia no es real.
Lo que escapa a nuestro foco de atención, percepción o conocimiento, no existe, al menos para nosotros.
No hace falta recurrir a la física cuántica para comprender que cada
distinto observador crea un original universo subjetivo, con toda clase
de singularidades y matices.
Desde la cosmogonía disparatada y
grotesca del insufrible Puigdemont a la intolerable crueldad de Kim
Jong-un, a la lúdica y vaporosa de Kim Kardashian
o la falocrática e hipersexualizada de Nacho Vidal. Todo son sesgos,
visiones particulares de un universo con opciones infinitas.
Unas
gafas de madera que hace que un intenso dolor de muelas pueda atenazar a
cualquiera de nosotros más que todo el sufrimiento y la miseria de la
humanidad en su conjunto.
Unos referentes tan absurdos en general
como la vida por el libro, las mujeres 90,60,90 o las normas de la casa
de la sidra. Y una sociedad que pide, acción y más acción para matar
cualquier atisbo de pensamiento racional o libre, sellando nuestra única
vía de escape posible.
Porque, sin duda, el genuino medio de
reivindicar nuestro YO y nuestra propia existencia, es nuestro
pensamiento. El pienso, luego existo cartesiano.
Así que meditemos,
reflexionemos, escudriñemos los meandros más recónditos de lo más
profundo de nuestro ser, sumerjámonos en las abismales tinieblas
marinas, próximas a donde naufragó el Titanic, un paraje en el que las
corrientes son intensas, la presión es insoportable, nos quedamos sin
aliento y el agua está gélida, es allí donde encontraremos los cisnes
negros, esos que hacen caer con estrépito paradigmas ridículos y
permiten, ya de vuelta a la superficie, volver más conectados con
nuestro YO esencial e impregnados por la auténtica realidad que nos
corresponde, la de nuestros más íntimos anhelos y sueños.
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