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jueves, 5 de noviembre de 2009

COPENHAGUE, UN ROMÁNTICO SUEÑO












Copenhague ha sabido pasar a la modernidad sin perder un ápice de su romanticismo ni de su lánguido encanto decimonónico.
Nada más salir del hotel Scandic Weber, donde me alojaba ( una opción muy recomendable ), me topé con los jardines Tívoli, el parque de atracciones más antiguo del mundo, inagurado en 1843 con deliciosas y atemporales atracciones de vetusta estética y espíritu. Esto no fue más que el comienzo, en la ciudad aún encontraría numerosos guiños al siglo XIX, como el Ortedsparken, de sinuosas sendas y un gran verdor en torno a un lago artificial o el elegante invernadero del jardín botánico.
Sin embargo, el comercio más vital y pujante, también es una seña de identidad de la capital danesa. A partir del Rudhuplasen ( la amplia zona donde se ubica el recio ayuntamiento ), se accede a Stroget, una larguísima zona peatonal de impecable empedrado y donde las tiendas más famosas se suceden hasta desembocar en el Kongens Nytorv, magnífica y monumental plaza donde se encuentran edificios tan emblemáticos como el hotel de Inglaterra o el palacio de Thott. A continuación se encuentra el Nyhavn, un gran canal que en épocas pretéritas hizo de puerto principal de la ciudad y que hoy está enfocado principalmente al ocio y al turismo, tanto la belleza de las casas multicolores que lo enmarcan a ambos lados como por su emplazamiento estratégico lo convierten en un lugar ideal para hacer un alto en la marcha y tomarse una cerveza en una de las múltiples terrazas que allí se encuentran, y más en mi caso, que tras una mañana muy ajetreada necesitaba reponer fuerzas para acercarme a ver la sirenita.
Acabada la cerveza me dirigí hacia la emblemática escultura, antes habría de pasar por la Amalienborg Plads, de enormes dimensiones y donde todos los días al mediodía se realiza la ceremonia del cambio de la guardia, un ritual donde arte y marcialidad se dan la mano. Un poco más allá me encontré con la iglesia de San Albano, de magníficas vidrieras y la fuente de Gefion, de grandes dimensiones y impecables acabados, todo ello en un hermoso parque de elegante armonía que constituye un magnífico aperitivo para la contemplación de la delicada sirenita, de reducido tamaño pero plena de romántico encanto, que ensimismada mira lánguidamente hacia la profundidad del mar.
El espíritu soñador de la sirenita me impulsó hacia la vecina isla de Christiania donde tras contemplar la belleza de sus orillas, algunas casas de época o el magnífico y ultra moderno edificio del Diamante Negro, me topé con una de las más gratas sorpresas de todo el viaje. El barrio de Christiania, una comunidad hippie que se asienta en las inmensa franja de tierra antiguamente usada para fines militares y que hoy, merced a un vacío legal, pervive como experimento anarquista y pretende funcionar con independencia de la autoridad danesa.
Los habitantes de esta república independiente son adultos que se empeñan en vivir como eternos adolescentes, construyen psicodélicas construcciones perfectamente integradas en la naturaleza, circulan sólo a pie o en bicicleta, se niegan a usar la luz eléctrica, fuman libremente marihuana en las calles y todo con el atterezzo propio de los años 70, en una atmósfera de realidad detenida o lugar fuera del espacio y del tiempo. Christiania, es, sin duda, un lugar francamente interesante por el que deambulé con total libertad hasta casi fundirme con él en una especie de ensoñación. La magia terminó cuando saqué la cámara fotográfica y traté de sacar unas instantáneas. Un enorme hippy de ojos verdes, desaliñado atuendo y largas rastas se encargó de recordarme que mi mundo y mis valores son otros bien diferentes.

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