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jueves, 1 de julio de 2021

EL FUTURO QUE VIENE

Regatear en el gran bazar de Estambul sentado en una inestable banqueta mientras degustas con calma un té es un placer sensorial que nunca será superado por la eficiencia de Amazon.
Parar un tuk-tuk en el centro de un congestionada metrópolis asiática entre la copiosa lluvia y experimentar como el liviano vehículo serpentea temerariamente entre las filas de coches de las ruidosas avenidas de Delhi o Bangkok no tiene nada que ver con alquilar un Uber a través de una APP.
Perderse en la intrincada ciudadela de Fez es una fascinante aventura. Salir requiere de buenas dosis de suerte, paciencia, retentiva y algo de empatía con los locales para que te vayan mostrando la salida; nunca un GPS conseguirá sacarte del laberinto.
Antes de que los niños fueran aparcados en las ludotecas el barrio era un lugar mágico en el que experimentar. El puesto de pan y leche, el kiosko de la esquina, el afilador, las vendedoras ambulantes de sardinas, el acomodador, el sastre, el limpiabotas, los gitanos con la cabra, las pandillas callejeras, el guardia de tráfico, todas eran figuras icónicas e imprescindibles para mantener el orden en aquel microcosmos, y además hacían el mundo más placentero, también para los adultos.
Pero todo eso se extingue igual que el comercio minorista de nuestras ciudades para mayor gloria de un consumismo aborregado dudosamente satisfactorio.
Pero no por aborrecerlos hay que ignorar los cambios. Los coches autónomos sustituirán en breve el placer y la libertad de conducir. Los avatares visitarán otras ciudades por nosotros convirtiendo el placer de viajar en una experiencia aséptica, robótica y digitalizada. Los ordenadores aprenderán por ellos mismos y no necesitarán programación alguna, decidirán por nosotros y serán los prescriptores de nuestras vidas. Los drones y robots adquiriran cierto grado de empatía (si, casi como replicantes), pero carentes del sentido del humor, de la oportunidad, de la medida, alejados de todas las sutilezas que realmente nos hacen humanos. Pretenderán convertirse en nuestros nuevos amigos y confidentes generando relaciones antinaturales y una horrible sensación de vacío y desasosiego. Tabletas y portátiles sustituirán a los profesores, y no sólo en aldeas remotas. Las impresoras 3D tal vez buenas para una futura colonia en Marte pero nunca mejores que un fresador terrícola serán la mano de obra habitual en industrias y talleres. Los probadores digitales alejarán a los clientes de las tiendas. El blockchain y las criptomonedas sustituirán a la banca y los valores refugio tradicionales (oro, diamantes, alhajas). Y lo peor, la la carne cultivada. Cada vez habrá más veganos y vegetarianos y bien es sabido que ese tipo de alimentación convierte a la población más sumisa ( desde la familia Mason al Hare Krishna todos pretendía que sus adeptos fueran vegetarianos ). Pronto la industria cárnica será prohibida o al menos demonizada, como sucedáneo aparecerá la carne artificial. La versión oficial será que es necesario adaptarse a este nuevo producto por el bien de nuestra salud, la realidad es que engordará la cuenta corriente de la éltite tecnológica, con grandes inversiones en este tipo de producción y necesitados de acérrimos seguidores.
La convergencia de muchos intereses y el avance de las nuevas tecnologías amenaza con cambios inminentes y drásticos en el mundo tal y como lo conocemos ahora mismo.
No son alucinaciones de algunos visionarios, esa es la realidad que nos espera y ya poco podemos hacer por impedirlo. Mientras tanto yo preparo mi bunker y estudio posibles refugios y potenciales santuarios. Afortunadamente el planeta es enorme y yo sabré donde esconderme.

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