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lunes, 10 de noviembre de 2008

EL PRINCIPE DE LA PAZ

El juego de la política es el arte de la simulación, la hipocresía y el engaño. Un lugar donde prima el pretender sobre el ser y el vistoso continente sobre el valioso contenido. Un circo de descarados lenguaraces que venden sonrisas bobaliconas y chascarrillos fáciles en vez de estimular a la superación y a la exigencia. Nuestra nación ha sufrido como pocas el azote de los dirigentes incapaces que han proliferado como una auténtica plaga. Especialmente paradigmática me parece la figura de Manuel Godoy que tras 200 años podemos juzgar con el desapasionado prisma de la distancia. La de Godoy es la historia de un guardia de corps despreocupado y atractivo que un afortunado accidente al caerse de un caballo le hace trabar amistad con María Luisa de Parma, madura, ajada y lujuriosa princesa de Asturias y futura reina de España. A partir de ahí sus responsabilidades serán proporcionales, probablemente, a sus superlativas capacidades amatorias y falta de escrúpulos para complacer a la desdentada reina que sólo escuchaba lo que decía su Manuel, pero muy por encima de sus menguadas capacidades intelectuales. El conde de Floridablanca, que aspiraba a obtener una posición más ventajosa respecto a Inglaterra fruto de la cual España recupera Menorca y se distancia de Francia, es defenestrado en una oscura maniobra política lo cual aprovecha Godoy para hacerse con la Secretaría de Estado unos meses después, tras el fugaz paso del anciano Aranda (1793). Sin embargo la nueva política internacional de Godoy carece de firmeza y temeroso de la Francia revolucionaria acaba por firmar la indigna Paz de Basilea (1795), poco ventajosa para España, pero que le valió al ambicioso valido el pomposo título de Príncipe de la Paz. A partir de ahí España hipotecará su política exterior en beneficio de la francesa en permanente enfrentamiento con Inglaterra. La situación económica también es delicada y la ruina del banco de San Carlos un golpe insoportable para la maltrecha Hacienda Pública, paradójicamente Godoy reacciona acaparando más poder. Aunque la presión del directorio francés consigue apartar a Godoy provisionalmente del poder en 1798 este sigue mandando igualmente en la sombra. La política del valido depende cada vez más de los intereses franceses aún a costa de los nacionales (guerra de las Naranjas, Trafalgar), pero la situación se vuelve insostenible cuando decide dar permiso a los franceses para que atraviesen España e invadan Portugal a cambio del reino del Algarve para Godoy. Su narcisismo y falta de patriotismo le impide ver la realidad y el incidente acaba por provocar el motín de Aranjuez y los dramáticas abdicaciones de Bayona que permiten a Napoleón convertirse en rey de España en 1808.
Han pasado más de 200 años pero poco ha cambiado en nuestra nación y en el mundo.
Políticos con cargos por encima de sus posibilidades a cambio de los más perversos favores y componendas, políticas exteriores erráticas y supeditadas al capricho del pequeño vecino de turno de escasa estatura física pero mayor talla política (de forma que una nación potente e independiente se convierte en un servil apéndice de otra sin obtener por ello ningún rédito), imprevisión y crisis económica, reyes despreocupados y libidinosos, allegados al régimen interesados y oportunistas, instrumentos de comunicación parciales y tendenciosos. Se renuevan los actores pero la historia siempre es la misma. Cada generación ha de elaborar, eso si, su particular remake de la película para adaptarla a los tiempos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues sí, desgraciadamente así es...