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domingo, 2 de noviembre de 2008

EL BARRANCO DEL INFIERNO






La isla de Tenerife, que últimamente visito con bastante frecuencia, es una maravillosa caja de sorpresas.
En su parte meridional, tradicionalmente asociada con el turismo de masas, el sol y la playa, se encuentra un auténtico oasis de naturaleza y vida. El barranco del infierno, un pulmón verde en el árido sur.
Se accede al mismo por la localidad de Adeje y el recorrido sigue el antiguo cauce de un río, ahora prácticamente sin actividad salvo en su parte final donde se encuentra uno de los pocos puntos de la isla donde el agua fluye espontáneamente.
Inicié la caminata al mediodía y a pesar que el pedregoso camino es un tanto intrincado, el paseo, de aproximadamente 7 kilómetros, resultó agradable y liviano.
La marcha discurría entre portentosas laderas de piedra y una profunda garganta donde aún se aprecian estratos de sedimentos de lava volcánica, dejando atrás maravillosas vistas del luminoso poblado de Adeje rodeado por el mar.

En este tramo la vegetación circundante era escasa y pobre, sólo algunas plantas autóctonas como los sufridos cardones y la original tabaiba florecían tímidamente en un terreno seco y rocoso. Sin embargo encontramos gran colorido en el cielo, abundantes aficionados al parapente desplegaban sus vistosos globos aprovechando el fuerte viento y las empinadas laderas de la zona en lo que constituye un lugar ideal para la práctica de este temerario deporte.
Según íbamos ascendiendo notábamos un entorno más puro y un contacto más íntimo con la naturaleza. En el horizonte ahora se atisbaban cernícalos y las cabras saltaban, jugueteaban y se lamentaban de forma escandalosa entre los riscos que nos rodeaban.
Los fuertes quejidos de uno de los animales, potenciados por el eco que se creaba en el desfiladero llegó incluso a alarmarnos pero uno de los guardianes del parque natural pronto nos tranquilizó y nos explicó que eran las normales disputas entre machos, porfiando por hacerse con el dominio de las hembras, algo por otro lado común en cualquier especie aún cuando los rituales puedan ser un tanto más refinados.
Continuamos la ruta y reparé en las antiguas canalizaciones que conducían el agua de la montaña al pueblo, algunas con varios siglos de antigüedad, según nos explicó una amabilísima guía y curiosamente vieja conocida de una de las chicas que realizaba la marcha con nosotros.
Pasamos por unos puentes de mampostería y poco después observamos que el paisaje variaba súbitamente convirtiéndose en una proliferación de vegetación y verdor.
El agua fluía libremente en forma de arroyuelo y era casi inevitable mojarse en algún punto. El frescor era de lo más agradable, así como el canto de alguno de los pájaros que anidaba en el lugar, pero eso no era nada comparado con la gran sorpresa que nos esperaba al final. De una imponente pared y en un paradisíaco claro surgía una hermosa cascada, un fino, cristalino y delicado hilo de belleza y de vida. Allí disfrutamos del espectacular entorno unos minutos para iniciar a continuación el descenso por la misma senda que habíamos seguido previamente, con un único alto para avituallarnos y compartir anécdotas y risas con los fantásticos compañeros salmantinos y canarios que me habían acompañado en esta pequeña expedición.

Por la tarde me tocó relax en la playa de Médano pero continuo ávido por seguir descubriendo todos los secretos y rincones de la isla. Ansío ver que grata sorpresa me deparará mi próxima visita.

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