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martes, 27 de enero de 2009

EL SUR DE LA ISLA/ MAS ALLÁ DE LOS RASCACIELOS
























El sur de la isla de Hong Kong, protegido por las altas montañas y huérfano del eficiente sistema de metro que vertebra el lugar, me resultó sorprendentemente tranquilo y agradable.
Una serpenteante carretera que atraviesa el Happy Valley, donde se ubica un animado hipódromo siempre lleno, más por la afición de los asiáticos por las apuestas que por un verdadero interés por los caballos, y deja atrás las zonas residenciales más exclusivas o las viviendas unifamiliares de referencia, lugar favorito de los occidentales que por cualquier motivo han de asentarse en la ciudad y en el que se vive a ritmo más reposado.
Finalmente llegamos a Aberdeen, el distrito que 200 años atrás era refugio de piratas y malhechores y donde se asienta la población de los tankas.
Tras un duro regateo cogimos un sampan ( barco típico ) por 50 dolares de Hong Kong ( unos 5 euros ) y dimos un paseo por un puerto deportivo atestado de chatarra, taxis acuáticos ( kai do ) y viviendas flotantes. El paseo en barco nos permitió acercarnos un poco a la tradicional forma de vida en el agua y conocer el Jumbo, un famoso restaurante flotante. Concluido el paseo la olvidadiza patrona trató de cobrarnos de nuevo, ante nuestra firmeza quiso darnos a entender que los años le estaban haciendo perder la cabeza. Sin duda la mayor parte de los tankas aún siguen emparentados con los antiguos corsarios y lo más recomendable es pagar siempre al final del trayecto.
De Aberdeen nos dirigimos al pueblo de Stanley, dejando atrás el Repulse Bay, la bonita y agradable playa de Hong Kong, aunque según nos comentaron agobiante y auténticamente atestada de gente en primavera y verano. Al fondo se puede divisar el famoso rascacielos con un hueco cuadrado en el medio. Por lo visto el supersticioso constructor mandó edificarlo así porque si no el edificio impediría el acceso al agua del dragón que según la tradición ancestral habitaba en lo alto de la colina.
Llegamos por fin a Stanley, y tras darnos una vuelta por su famoso mercado, que realmente no difiere mucho de otros tantos que hay en la isla, llegamos a una terraza al borde del mar, hacía un sol espléndido y decidimos hacer un alto en el camino. Disfruté como pocas veces de la pinta de cerveza, una Tsingtao de suave sabor tostado servida por un sonriente y servicial camarero oriental.Al fondo, más allá de la bahía podía observar el Tin Hau Temple, uno de los más antiguos de la isla, hermoso y bastante exótico a mis ojos. El día era luminoso y una sensación de relax y paz invadió mi cuerpo. No había prisa, teníamos que recuperar fuerzas para emprender la excursión a Lantau.

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