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domingo, 25 de enero de 2009

LANTAU














El puente de Tsing Ma, el mayor de mundo en suspensión para coches y trenes, me condujo a Lantau. La isla, aún siendo la mas grande del archipiélago, permanecía hasta la construcción del puente y el aeropuerto, hace unos diez años, prácticamente ajena al ajetreo de Hong Kong.
Pese a todo, su estimable tamaño le ha permitido absorber sin problemas estas infraestructuras y continuar manteniendo su carácter rural y auténtico.
La primera parada la efectué en la playa de Chug Sha, un larguísimo arenal rodeado de vegetación en un entorno apenas transformado por la mano del hombre. Efectuaba mi visita un día de semana y el lugar daba la sensación de soledad y sosiego, no había nadie en la arena y esto me permitió el raro privilegio de dar un largo paseo en solitario disfrutando del majestuoso mar de China.
De allí me encaminé a Tai O, llegué al pueblo por una estrechísima carretera que avanza entre el mar y unas afiladas montañas con forma de dientes de sierra. Al llegar me encontré con una villa marinera tradicional impregnada de un fuerte olor a pescado en salazón y con edificaciones de más de 300 años, auténticos palafitos con pilastres de madera asentados en el mar y que levantan las viviendas unos metros sobre el nivel del mismo.
Tras el dique principal, una intrincada red de puentes y callejuelas configura el pueblo, no demasiado turbado por el impacto de la tecnología o el turismo y donde abundan los talleres de estilo tradicional o sencillos restaurantes especializados en productos del mar. Una explanada en frente del templo más antiguo hace las veces de plaza principal o punto de reunión del pueblo. Me senté a descansar en un banco y un anciano con la piel curtida no tardó en acercarse a mi y preguntarme en un inglés apenas inteligible cuál era mi nacionalidad, se sonrió cuando le contesté que era español. No vienen muchos por aquí me dijo. Deambulé un poco más por el pueblo hasta que decidí dirigirme de nuevo al claro donde paraban los autobuses.
Tras circular un buen rato por una estrecha carretera llegué a Ngong Ping, al contrario del resguardado Tai O, este pueblo, bien conectado mediante teleférico con el sistema de metro de Hong Kong, está enfocado y creado por y para el turismo, aún así posee cierta armonía y encanto aunque algo artificial sin duda.
Atravesé el pueblo sin prestar demasiada atención a las tiendas de recuerdos y a los restaurantes de comida rápida que proliferaban por doquier y me dirigí al cercano monasterio de Po Lin, donde aún habita una pequeña comunidad de monjes.
Se accede por una especia de vestíbulo custodiado por unas estatuas de guerreros. Una amplia explanada cuadrangular plagada de flores precede al pabellón principal asentado sobre unas escaleras y donde los devotos realizan sus ofrendas. Desde este punto se pueden observar el resto de las montañas y el majestuoso buda gigante de 26 metros de alto y encaramado sobre una cercana montaña.
Esa sería mi próxima parada pero antes decidí hacer un alto en el camino para disfrutar de la magnífica comida vegetariana que servían en restaurante del monasterio. Aunque me considero preferentemente carnívoro la comida, variada y bien especiada me pareció muy apetitosa y nutritiva.
Ahora ya estaba perfectamente preparado para el esfuerzo final, los interminables escalones que me conducirían al promontorio donde se asienta el buda gigante de Lantau. La pequeña molestia se ve compensada al llegar a la base de la escultura, una enorme y magnífica pieza de bronce rodeada de otras más pequeñitas que agrupadas de tres en tres le ofrecen tributos y le rinden pleitesía. Desde lo alto pude contemplar de nuevo el monasterio y el verdor del paisaje circundante, sinuoso y salpicado de edificios tradicionales.El descenso resultó más sencillo y la mejor forma de regresar a mi destino fue utilizando el teleférico que parte de Ngong Ping, son varios kilómetros de viaje en el que se dejan atrás varias cadenas de picudas montañas muy verdes pero sin apenas árboles. Desde la parada en Tung Chung fue fácil coger el metro y volver de nuevo a mi hotel en Kowloon. Era hora de descansar.

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