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martes, 20 de enero de 2009

CANTÓN






Explorado Hong Kong decidí acercarme a Cantón.
Tomé el ferry que se adentra por el Pearl River hasta Shenzhen en la frontera con China. Hong Kong, aunque técnicamente está desde 1997 bajo soberanía China dispone de un régimen jurídico especial; tiene moneda propia ( el dólar de Hong Kong en vez del yuan ), se conduce por la izquierda y es imprescindible presentar un visado para pasar al otro lado. Cumplido el engorroso trámite llegué a Shenzhen, una ciudad en plena expansión industrial que ni es bella ni pretende serlo y que poco puede ofrecer al viajero, salvo contemplar el vertiginoso ritmo de construcción y el desenfrenado crecimiento tan característico de las grandes ciudades chinas. Ya que pasaba por el lugar me acerqué a ver una exposición de figuras de terracota traidas de Xian y a un pequeño zoológico a ver unos simpáticos osos panda tomando bambú. Con la sensación de que la ciudad ya no daba mucho más de si puse rumbo por carretera a Cantón.
El paisaje desde el autobús era pantanoso, las zonas verdes estaban continuamente salpicadas de pueblecitos donde se podía ver con tristeza como las antiguas casas tradicionales de planta baja eran sustituidas por bloques de edificios de unas cuantas alturas. Si esto sucedía en las aldeas me pregunté que estaría pasando en el cercano Cantón y efectivamente lo que me encontré fue una proliferación de grandes vías de circulación y scalextrics a diferentes alturas y una auténtica celebración a los inefables y horrendos bloques de hormigón.
Seguí avanzando hacia la zona antigua siguiendo el curso del serpenteante rio Pearl para llegar a Shinuam, una recoleta islita de menos de un kilómetro de largo por 300 metros de ancho, encerrada dentro del casco urbano estaba más descuidada de lo que debería con bonitos edificios de aire colonial que nos recordaban su floreciente pasado y la numerosa población europea que se asentó en este barrio hace poco más de un siglo aunque hoy en día presenta un estado de cierto abanadono y poca vida alrededor.
Como era de esperar mucho más animada estaba la zona típicamente china, con antiguas edificiaciones de poca altura con concurridos soportales en los que predominaban las tiendas del estilo más tradicional conviviendo con algún que otro letrero del MacDonalds o el Starbucks. Paré a comer en un restaurante limpio y espacioso ubicado en uno de los pocos edificios modernos de la calle. Tras concluir me acerqué al original mercado que se extendía por las calles adyacentes y donde me encontré con alguna de las estampas más curiosas de todo el viaje. Amenazados por los rascacielos y la modernidad gente que parecía sacada de otra época se arremolinaba a vender en las callejuelas de la zona antigua sapos o culebras dios sabe para que uso medicinal. Una desaliñada campesina ( como las que ya hace lustros se han dejado de ver en Europa ) mostraba orgullosa un manojo de gallinas. Un hombre se dejaba afeitar en plena calle mientras un viejo minusválido de camisa azul y rostro cadavérico y un niño curioso atendían a todos los movimientos. Un grupo de hombres se apiñaban en torno a una improvisada mesa formada por un par de cajas viejas para jugar a las cartas. Un poco más allá un carpintero sentado en la calle bajo el toldo de su tienda se peleaba por dar forma a unos listones de madera.
Aún con estas anacrónicas imágenes en mi retina, tal vez no tan diferentes a las que se encontraron los misioneros españoles y portugueses que arribaron por primera vez a la ciudad siglos atrás, hice mi entrada en el cercano templo de los seis banianos ( 6 Bayans Temple ). Un lugar de profunda espiritualidad que data del año 537 aunque ha sido reconstruido en varias ocasiones. Llama la atención la pagoda de las flores de 56 metros justo tras la entrada principal y los bien cuidados pabellones cargados de reliquias. Un buda sonriente nos recibe a la entrada en contraste con la seriedad de la escultura del héroe que está detrás. En el último pabellón hay tres enormes estatuas, las tres representaciones de buda más antiguas y de mayor tamaño de Cantón.
Sin salir de la zona antigua nos enontraremos con otro edificio digno de mención, el Sun Yat-Sen Memorial Hall. Un enorme edificio pensado para todo tipo de representaciones, habilitado para dar cabida a miles de personas con un delicado espacio interior cargado de armoniosos diseños de más de 71 metros sin ningún pilar a la vista.
El exterior es también elegante pese a sus grandes dimensiones, una enorme explanada con una imponente estatua de bronce de Sun Yat Sen y unos cuidados jardines completan el magnífico conjunto.
Sin duda se quedó corta mi estacia en Cantón, una ciudad con muchos rincones que descubrir, pero oscurecía y pronto partiría mi tren hacia Hong Kong.
La estación, ubicada en una amplia y luminosa plaza, es excelente, espaciosa y bien organizada, aunque atestada de gente. El tren, también impecable, me dejó en el centro de Hong Kong en algo menos de dos horas. Desde allí me dirigí inmediatamente a mi hotel. Había sido un largo día.

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