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jueves, 22 de mayo de 2008

DESCUBRIENDO MALTA



Salido del trance místico en La Valletta, decidí liberarme del influjo de los caballeros y continuar mi visita por la isla. Silema, mucho más abierta, bulliciosa, concurrida y accesible hace las veces de auténtica capital comercial y turística. Desde allí es posible tomar alguno de los barcos que transitan por el Grand Harbour, ya en el mar observaremos de nuevo los inexpugnables muros de La Valletta y su puerto, bastante alejado de centro, lejos del contorno de las murallas, de donde parte el Ferry a Sicilia, a tan solo 90 minutos y con una pequeña zona de pubs y restaurantes. Sin embargo, el grueso del tráfico marítimo se desarrolla desde el puerto de Marsa con impresionantes y ultramodernas grúas, continuamos la navegación y nos topamos con las tres ciudades emplazadas en cada una de las tres diminutas penínsulas que se suceden, Senglea ( con un fantástico mirador, muy castigada durante la segunda guerra mundial ), Vittoriosa ( primer cuartel general de los caballeros ) y Conspicua (con su iglesia de la Sagrada Concepción de 1639 ), muy próximas entre si, casi pegadas, pero manteniendo cada una su singular personalidad. De nuevo en tierra caminé unos kilómetros por el paseo al borde del mar hasta llegar a San Julián, antiguo pueblecito de pescadores y hoy epicentro de la marcha maltesa con gran proliferación de pubs de atronadora música comercial, bebidas de alta graduación a bajo coste y jovencísimos británicos etílicos, ya desde primeras horas de la tarde, tratando de mantener el equilibrio que no la compostura. El edificio del Hilton, uno de los pocos que no ha sido construido con la tradicional piedra caliza, es por su altura uno de los más a visibles de San Julián, con un puerto deportivo integrado en el complejo hotelero para dar servicio a sus clientes más VIP y conocido como Portomaso. Son esos lugares de Malta los más populosos y frecuentados, donde todo el mundo se comunica en inglés ( idioma oficial junto con el maltés ), los que la conectan con Europa, el fútbol italiano ( la Juve que jugó un amistoso en la isla aquella semana y parecía tener más tifosis en Malta que en el mismo Milán ) la modernidad y el euro ( la moneda europea hacía su entrada precisamente en aquellos días entre la desconfianza de los comerciantes que contaban céntimos y multiplicaban mentalmente ). No obstante, tal y como pude comprobar en posteriores jornadas, todavía quedan, afortunadamente, encantadores pueblos marineros como Marsaxlokk. Su puerto, con pescadores preparando preparando sus redes y realizando sus labores cotidianas, es una auténtica lonja al aire libre. Sus peculiares barquitos de colores con el tradicional ojo de osiris pintado en su proa traen reminiscencias de ancestrales costumbres y remotos lugares. Allí, me aposenté en una terraza donde finalmente comí.Ya con el estómago lleno decidí ir al interior de la isla y descubrir otros encantadores parajes, Mosta, con su iglesia en forma de rotonda, pero sobre todo Midna, la vieja capital, aquella que fue perdiendo influencia tras el desembarco de los caballeros pero que siguió siendo referente para las aristocráticas familias maltesas. Midna, tranquila, solitaria y ensimismada en su antiguo abolengo, es una auténtica ciudad museo, anclada en otro tiempo, viviendo a otro ritmo, orgullosa de si misma y de su pasado. Es un lugar para perderse y recrearse. Quedaba ya poco por ver en Malta, así que decidí que al día siguiente tomaría el ferry y me acercaría a la cercana isla de Gozo.

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