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jueves, 22 de mayo de 2008

GOZO




A tan solo media hora en ferry de Malta, se encuentra la encantadora isla de Gozo, de tan solo 30.000 habitantes, con escasas carreteras y limitado turismo donde el mundo fluye placidamente a otro ritmo, lejos del mundanal ruido, al margen de aglomeraciones, agobios o referentes postmodernos.Los habitantes, de aspecto mediterráneo, mantienen una forma de vida tradicional, rural, producto del legado de los antiguos pueblos que fueron pasando por la pequeña y deliciosa isla. Sorprenden las ruinas prehistóricas de Ggantija, las edificaciones exentas más antiguas de Europa, muestra de remotos y ancestrales tiempos desde donde se puede divisar ( la isla sólo tiene 14 kilómetros de largo por 7 de ancho ) la captital Rabat ( la ciudad, en el idioma árabe ) y rebautizada por los ingleses como Victoria. Es este un agradable pueblo, a los pies de la interesantísima ciudadela, auténtico centinela de la isla, hoy desabitada pero con la Catedral, los edificios administrativos ( museo catedralicio, museo arqueológico, museo de las ciencias naturales, centro de artesanía...) y las antiguas viviendas dispuestos alrededor de intricadas callejuelas y los cañones del interior de sus muros en perfecto estado de conservación.Y allí estaba yo. Tras salir de la ciudadela necesitaba hacer un alto para descansar y reorganizar mentalmente las bellas estampas que se agolpaban en mi mente y que mejor lugar que la plaza It- Tokk para realizar tan grata tarea. Según suele ser mi costumbre, me senté en un discreto rincón y disfruté observando a la gente, a los simpáticos gozitanos que compraban o hacían sus tareas domésticas ajenos al ajetreado devenir del mundo exterior, comunicándose en el incomprensible maltés, idioma de sonoridad árabe y alfabeto latino, entrando y saliendo por la maraña de callejuelas que rodean la plaza.Apetecía quedarse allí el resto de la jornada, pero mucho me habían hablado de la deslumbrante belleza de la ventana azul y no quería abandonar el lugar sin visitarla.El fenómeno natural no decepcionó. En una endeble barca de pescadores partí de un estanque interior de intensísimo color azul hacia una gruta navegable de fondo coralino que desembocaba en el mar. Allí, en el punto en el que confluyen el acantilado y el Mediterráneo, el viento, la erosión y el tiempo han creado un hermosísimo fenómeno natural, una colosal puerta hacia el mar conocida como ventana azul. La naturaleza, en complicidad con el tiempo, siempre supera al hombre a la hora de crear belleza. En Gozo aprendí a ignorar las prisas y a disfrutar la armonía de lo auténtico.

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