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lunes, 20 de octubre de 2008

DOLIA



Siguiendo la estela de mi primo César, incombustible aventurero, el otro día me acerqué a Dolia, un remoto pueblo perdido en el corazón de la Asturias rural del que nunca había oído hablar antes. Accedimos al lugar desde la villa de Grado, por una estrecha y mal señalizada carretera de montaña de unos 30 kilómetros. El viaje en coche se hizo bastante cómodo, el día era muy soleado, el puerto tendido y el trazado no excesivamente sinuoso.
A ambos lados de la carretera imponentes montañas y algún diminuto y languideciente pueblecito, sin apenas actividad. Nos encontrábamos en una zona de bajísima densidad de población, relativamente virgen, apenas modificada por la acción del hombre.
La antigua calzada romana de la Mesa, cuyo itinerario aún hoy se puede seguir a pie, es una opción alternativa al coche, ideal para aquellos que quieran recrearse en un lugar cargado de belleza e historia. El camino romano fue durante siglos la principal vía de comunicación entre Asturias y la meseta, por donde los romanos transportaban el oro hacia el sur y en la ruta aún se encuentran multitud de referencias a esa época. El mismo pueblo de Dolia (tinaja en latín) al que nos dirigíamos era un punto estratégico en la ruta e incluso, siglos después, en el medievo, sus habitantes estaban exentos de impuestos a cambio de proveer de alimento y morada a los exahustos viajeros.
En Dolia planeábamos encontrarnos con Kike, amigo de la infancia de mi primo, carismático e infatigable, capaz de, frisando los cincuenta, romper amarras con una vida de éxito y al estilo de Paul Gaugain, abandonar la confortable civilización y lanzarse a vivir sus sueños.
Kike había comprado la mayor parte del pueblo, unas 20 casas casi todas de piedra, convirtiéndolo en su particular reino y refugio, arrastrando con él a su familia, contagiada de su desbordante entusiasmo. La mayor parte de la restauración la había efectuado el propio Kike haciendo de sufrido albañil, peón o ebanista cuando en realidad toda su vida se había dedicado a la banca.
Su espíritu inquieto, su innata habilidad, su afición por el bricolage y la carpintería y su identificación con el proyecto de reconstrucción del lugar, han permitido que en 25 meses y sin apenas ayuda, el pueblo haya podido resurgir del abandono y del olvido.
Cada dificultad la convertía en un reto personal, empleando grandes dosis de ingenio en adaptar pequeños vehículos 4x4 con los que poder transportar nuevas vigas de madera para los desvencijados techos de las casas por los estrechos caminos que había entre las viviendas o de esfuerzo vaciando las antiguas cuadras buscando darles la altura suficiente para convertirlas en confortables apartamentos.
Llegamos al pueblo, bellamente encajado entre las cercanas laderas del monte y con forma de tinaja como indica su nombre latino, a eso de las 4 de la tarde del pasado miércoles. El día aún parecía más luminoso a esa altura, con ese sol de otoño que acaricia y no daña. A nuestro alrededor, la imponente estampa de una interminable sucesión de abruptas montañas y tendidos valles, casi completamente despoblados, teñido todo de ese cromatismo ocre y rojizo tan característico de la época.
Advertido por César, Kike nos esperaba junto una antigua pared de piedra, con gran alegría dio un salto para saludar a su viejo amigo. Tras un fuerte apretón de manos y con su característica vivacidad pasó a mostrarnos con orgullo sus preciosas y preciadas posesiones.
Empezó por una casa de escaleras de piedra y dos alturas enmarcada por una esquina de madera ensamblada, según las técnicas tradicionales, sin usar puntas. En sus estancias superiores había ubicado la vistosa y acristalada recepción del complejo rural que estaba desarrollando y un pequeño comedor. La parte inferior la había convertido en un coqueto bar. Saliendo del edificio por la parte posterior nos encontramos entre dos pequeñas viviendas de piedra ya completamente habilitadas interiormente como apartamentos rurales compuestas de salón, cocina y dos habitaciones con estilo rústico y atmósfera tradicional pero todas las comodidades necesarias ( baño, cocina, neveras, micro-ondas, TV con pantaña plana ) y magníficas vistas a las hermosas montañas que enmarcaban el lugar.
Más allá muchas más viviendas en pleno proceso de restauración. De entre ellas destacaba la más grande y ambiciosa, con una amplia y luminosa galería, en cuyos bajos está proyectado un relajante complejo termal de inspiración romana.
Al fondo estaba la iglesia, con originales arcos de piedra en su interior, que también será objeto de una próxima restauración, y una amplia zona de juegos en lo que vendría a ser la plaza principal del pueblo. Asimismo y salpicados entre las construcciones de piedra, hórreos, paneras, viejos carros del país, antiguos aperos de labranza y otros elementos que nos retrotraían a un pretérito y fascinante mundo rural.
Antes de despedirnos de Kike, aún nos invitó a tomar un refresco en el pequeño bar y nos emplazó a volver en la próxima primavera a recorrer a pie alguna de las numerosas sendas que rodean el pueblo, con impresionantes vistas y desde las que se pueden observar, lobos, osos, rebecos y jabalíes. No faltaremos a la cita.

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