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jueves, 5 de febrero de 2009

KOWLOON















Kowloon fue mi barrio en Hong Kong durante los diez días que permanecí en la ciudad, animoso y vital juega a ser cosmopolita pero no puede ocultar su inconfundible alma oriental.
La fachada marítima de la península la ocupa la avenida de las estrellas, un homenaje a la floreciente industria cinematográfica local con mobiliario urbano de primera calidad y un poco disimulado aire hollywoodiense con estrellas gravadas en el suelo incluidas. Pese a su toque algo hortera es uno de los lugares más cuidados del barrio, un magnífico paseo perfectamente limpio y pavimentado con inmejorables vistas al mar e impecables terrazas en las que merece la pena sentarse a tomar algo.
Al final del paseo se encuentra Nathan Road, la columna vertebral de Kowloon, una avenida de estridentes letreros y varios kilómetros de largo plagada de vendedores al acecho que desde la puerta de sus negocios tratan de enganchar a los incautos clientes.
Tiendas de relojes, de cámaras fotográficas, casas de cambio y apuestas, joyerías, zapaterías, sastrerías, tiendas de moda... Desde albergues baratos en las indescriptibles Chuking Mansions a masajes de pies o relojes todo está a la venta en este auténtico icono del consumismo desenfrenado.
A la otra mano un parque con una vistosa mezquita pretende oxigenar, sin demasiado éxito, la concurrida avenida.
En el cruce de Nathan Road con la calle Jordan está el hotel Largos donde me alojé, una zona muy animada a lado mismo del mercado nocturno de Temple, en el que me surtí de ropa y alguna que otra baratija.
Pegado al mercado se encuentra el Food Market, un conjunto de entoldados y tenderetes donde se sirve comida típica de la zona. Es un lugar poco recomendable para occidentales excesivamente escrupulosos. Allí habrán de convivir con ruido, mesas pequeñas y tambaleantes, olor penetrante pese a estar prácticamente al aire libre, televisiones a todo volumen emitiendo culebrones de época asiáticos con pérfidos villanos y valientes guerreros, camareros mal encarados reprendidos constantemente por encargados déspotas y gruñones. En fin, una experiencia sólo interesante para estómagos encallecidos que quieran ver a gente del lugar degustando sus especialidades típicas.
Afortunadamente también sencillos, económicos y auténticos pero considerablemente más tranquilos e higiénicos, son los restaurantes que se encuentran fuera de este recinto y donde cené casi a diario setas, sopas con sabor a jengibre, cerdo al curry o deliciosos pescados recién sacados de la pecera nunca por más de 10 euros.
Las pequeñas calles transversales tienden todas a parecerse, con grandes edificios muchas veces descuidados, gente moviéndose constantemente, pequeñas tiendas sin escaparates ni ventanales con todo el frente abierto al exterior que más parecen almacenes dada su austeridad, dependientes en cuclillas que toman sopa en la calle, gente en torno a mesas circulares y un Seven Eleven en cada esquina.
Volviendo a Nathan Road y caminando un cuarto de hora a pie en dirección opuesta al mar nos toparemos con Mag Kok, un sofocante hormiguero urbano, masificado hasta lo absurdo en el que es imposible caminar dos pasos sin tropezarse con alguien donde proliferan negocios de poco gusto y dudosa honestidad, así como el mercado urbano más surtido y concurrido de la ciudad.
Hacia el oeste se encuntra el Waterfront, un apabullante centro comercial con las boutiques más exclusivas, desde aquí se coge el tren rápido que lleva al aeropuerto y sus terrazas ofrecen magníficas vistas del puerto comercial, uno de los más transitados del mundo.
Varias paradas de metro más allá, en la zona de New Kowloon, solo un poquito menos ajetreada que las descritas anteriormente se encuentra el Wong Tai Sin Temple, un atestado lugar de culto, con varios pabellones donde los fieles tratan de ganarse el favor de la divinidad con sus ofrendas, incienso o fruta generalmente. Anexo al templo se encuentra un elegante y tranquilo jardín chino en el que aún es posible encontrar algún rincón solitario.
Si los dioses no fuesen propicios para conseguir ganar en los caballos o en la lotería siempre se puede pedir consejo a alguno de los adivinos que asientan sus cabinas casi en frente del templo.
El espíritu de Kowloon es eminentemente práctico, emprendedor y dinámico, capaz de reinventarse continuamente para seguir subsistiendo, que cambia sin cesar para no dejar de ser fiel a si mismo.

1 comentario:

ayalgueru dijo...

ahhh hong kong .. a mi tambien me encanto ! un milagro de la libertad , el capitalismo , la iniciativa individual ,,, convertir unas tierras pantanosas asquerosas en uno de los centros comerciales mas importantes de la tierra , casi nada !

viva china , viva hong kong !