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domingo, 17 de mayo de 2020

LA POST HUMANIDAD

En el no tan lejano tiempo en el que me crie para evocar futuros quiméricos o alegóricos lo más común era leer una novela de ciencia ficción o tal vez alguna de aquellas películas apocalípticas que tanto se llevaban a principios de los ochenta del pasado siglo.
Ahora no hace falta recurrir a la ficción, tan solo una profunda lectura de las noticias o un atento paseo por la calle nos muestra el escenario, el guion y el attrezzo del futuro distópico que se cierne sobre nosotros. Entre tanto los sufridos figurantes somos adiestrados en este peripatético baile del que marcamos torpemente nuestros primeros pasos. El ballet aún no ha comenzado pero ya todo está preparado para la gran función.
Lo que me parecía impensable a finales de los 90 cuando leía la novela de Nancy Kress, Mendigos y Opulentos en parte está sucediendo ya. La obra describe una sociedad dividida en tres clases sociales, los "super-insomnes" unos seres mejorados genéticamente desde generaciones, con altísimas capacidades de aprendizaje, incomprendidos y quasi divinos que tienen el control de la sociedad. Estos se apoyan en los "auxiliares", sólo parcialmente mejorados, que realizan las labores técnicas, administrativas y de mantenimiento de la maquinaria que se encarga de toda la producción de bienes materiales y de consumo. Tal es así que la mano de obra humana deja de ser necesaria. Por tanto la tercera clase social de ese mundo, los "vividores", pasan a ser totalmente prescindible de modo que en algunos regímenes de estilo totalitario aplicando principios eugenésicos optan por restringir su número o por el cruel genocidio total. En los países de estilo más social y filantrópico los vividores son entretenidos con televisión, absurdas carreras de motos y holo conciertos que hacen caer a gran parte del público en un trance hipnótico. A los "vividores" no se les estimula para que consigan ninguna meta. Estos desdichados seres, holgazanes e improductivos, aspirantes a jubilados desde su nacimiento viven solo para respirar. Aunque tengan todo el conocimiento a su alcance, sin estímulos, son generalmente analfabetos y asumen su papel dócilmente, sin pretensiones ni mayores ambiciones. Eso les lleva a un estado de total dependencia de estilo comunista. En pos de su bienestar el estado debe a controlarlo todo, ya nadie pasa hambre pero ningún "vividor" maneja ya moneda, su comercio se basa en el trueque y el estado proporciona las fichas administrativas para las máquinas de entretenimiento. Al no disponer de dinero propio tampoco tienen la posibilidad de ser mejorados genéticamente como los "auxiliares". Su vida, sin estímulos intelectuales ni retos por alcanzar, es desgraciada, miserable y mezquina. Están alimentados, tienen vivienda y tiempo de ocio ilimitado pero se han convertido en una subespecie sin capacidad de mejora ni sacrificio, un doméstico y desvirtuado esperpento de lo que antes fue un ser humano que ahora sólo puede producir grima y compasión. Su única función es otorgar sus votos y reforzar la influencia de los "auxiliares", los cuales son muy conscientes de que mientras los "vividores" sigan ignorantes y dependientes continuarán dóciles.
Me temo que la época post humanista en la que ya hemos puesto pie también tiene muchos paralelismos con el anterior relato pero también con lo que H.G Wells profetizaba para el futuro en su novela La máquina del Tiempo. Un mundo polarizado, de "elois", elfos bien formados habitantes de un paisaje idílico, y "morkocks", seres violentos deformes y fotofóbicos, moradores de un tenebroso subsuelo que entregan sin resistencia ni atisbos de remordimiento a sus propios compañeros como alimento para alimento de los aristocráticos "elois".
Mejor aún, un lugar donde los “eternos” ocultos en una burbuja a la que llaman Vortex ubicada en un remoto valle ponen a volar ídolos de barro lanzando mensajes carentes de sutileza para que los “brutos” se muevan a su antojo, tal y como sucedía en la película Zardoz dirijida por John Boorman y protagonizada por Sean Conery. Sin embargo en esta sociedad los "eternos", condenados a una insufrible inmortalidad, guardianes de los datos de todo el conocimiento de la humanidad y sometidos a una Inteligencia artificial que toma las decisiones por ellos, son las verdaderas víctimas. Crecen aburridos en una sociedad viciada éticamente donde se medita pero ya no se sueña y donde muchos han caído en una permanente apatía.
No sé si el mundo llegará en las próximas décadas a los límites de los sombríos horizontes descritos en estas obras pero lo cierto es que hemos llegado a un punto de inflexión y todo lo que hemos conocido hasta este momento se descompone vertiginosamente. El verdadero drama no lo supone, la, muchas veces forzada, lucha de clases (todos sufren y son perdedores en este juego) sino el desarraigo que supone para todos despojarnos de aquello que nos humaniza, el desasosiego de tener que reinventarnos y la pérdida de identidad. Todos somos individuos corrientes, pero a la vez no tenemos nada de corrientes, nuestro legado genético es único y debemos luchar por aferrarnos al papel que nos corresponde. El de actor y observador subjetivo que da sentido a la escena y que con su simple mirada consciente puede cambiar el devenir de las cosas, así como los electrones pueden comportarse como ondas o como partículas según sean observados o no.
Hace un par de años visité Dubai, una metrópolis hecha en pleno desierto en apenas dos décadas. Una mega ciudad con el edificio más alto del mundo, pasarelas con aire acondicionado entre una tupida red de rascacielos, áreas recreativas con canales que pretenden sin éxito imitar a los de Venecia, grandes acuarios, una pseudo-estación de esquí con nieve artificial dentro de un gran centro comercial o un paseo marítimo que se despliega en forma de gran palmera. Sin embargo el antiguo zoco, embrión de la ciudad, hoy no es más que un menguado museo. Todos los dependientes, taxistas, jardineros, recepcionistas y obreros son mercenarios, forasteros en un entorno de cartón piedra carente de poso y profundos cimientos. Simplemente un paraíso del consumismo más inmediato. Nada que ver con mis lejanos recuerdos de Tanger o Estambul, ciudades con palpitantes zocos y bazares, grandes palacios en contraste con otros edificios que se descomponen. Antiguas iglesias que han pasado a ser mezquitas testimonio del paso de varias civilizaciones. Intrincadas callejuelas en las que perderse y en la que los buscavidas siempre pondrán tu paciencia e incluso tu integridad a prueba, pero lugares que palpitan por cada uno de los poros de sus antiguos muros plenos de vigorosa humanidad.
Lo cierto es que los seres humanos hemos cedido nuestro papel de protagónistas para convertirnos en pasivos consumidores de experiencias en entornos edulcorados y riesgo cero donde el algoritmo decide qué dirección debemos de seguir o que es lo que debe de hacernos felices. En los últimos años hemos perdido gran parte de nuestra capacidad para improvisar y, sobre todo, para experimentar.
Una carretera provista de determinados aparatos de medida podrá informar de los puntos en los que hay mayor circulación para un programa decida por nosotros que ruta debemos tomar para evitar atascos. Sin embargo una carretera nunca podrá tener la sensación de estar “atascada”.
Es por ello de que no se deber perder nunca la capacidad de probar, degustar, curiosear, tantear, ensayar, perdernos, cometer errores, sacar conclusiones de ellos y seguir luchando. La intuición y los mapas de papel deben dirigir nuestro rumbo, por encima de las geolocalizaciones.
Nuestro destino debe de estar muy por encima de convertirnos en esclavos de las redes de datos o criaturas incapaces de digerirlos tal y como le sucedía a Funes el Memorioso en el cuento de Borges. Una infinita memoria sólo puede ser útil vivir en un permanente presente o revivir cada minuto del pasado, por eso la humanidad es mucho más que fríos datos y estadísticas. La capacidad de conmovernos con los paisajes de la ruta, de disfrutar de una caricia en el camino, de llorar cuando le duele a los otros, de ser humilde lavandera en el azul Chefchaouen o apurado ejecutivo en el abarrotado Shibuya, de rebelarnos y de poner orden al caos es lo que nos hace humanos. La vida y la posibilidad de percibir toda la gama de sensaciones y sentimientos es un acto indelegable. Bregar y experimentar es una opción, la otra diluirnos en la irrelevancia.

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