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lunes, 11 de mayo de 2020

MI TEORÍA DEL CAOS

Tras cruzar sobre el lago Hanoi por el puente Huc, ondulante, delicado y de un intenso rojo bermellón, me topé con la gran avenida que circunvalaba el vasto humedal y principal zona de esparcimiento en el centro de la capital de Vietnam. La travesía era un auténtico aluvión de carros, bicicletas, tuck-tucks, algún automóvil de gama baja y, sobre todo, motocicletas, muchas motocicletas.
Anochecía y debía atravesar la avenida para regresar a al hotel tras mi visita turística pero no había semáforos ni guardias urbanos y la circulación no ofrecía ni un resquicio. El tráfico era denso y compacto. Pasaban los minutos y comenzaba a impacientarme cuando me percaté de la técnica de los locales para cruzar la avenida. Simplemente se sumergían entre el tráfico y los conductores, que ciertamente tampoco iban a grandes velocidades, maniobraban para hacer las correcciones necesarias y evitar la colisión. En el tiempo que permanecí allí todos los que probaron a cruzar llegaron a la otra acera ilesos, así que decidí hacer lo mismo.
Realmente se trataba de un auténtico acto de fe. Con decisión me encaminé a la ruidosa y atestada calzada y, para mi sorpresa, note como los vehículos parecían deslizarse suavemente a mi alrededor en una especie de rítmico baile. Entre el vasto océano de motores un sendero diáfano iba emergiendo frente a mí tal como las aguas se abrían para Moíses, y, por supuesto, llegué sano y salvo al otro lado.
Aunque tal vez no nos resulte tan obvio como el tráfico de Hanoi el mundo que nos rodea es un conjunto indeterminado de caos en el que constantemente navegamos sin apenas darnos cuenta de los riesgos que corremos (o simplemente los asumimos naturalmente) ni del poco control que tenemos sobre las situaciones.
Este incesante fluir entre la confusión, el caos y el desorden suele concluir en un brusco cataclismo ya sea un accidente, una crisis económica, un terremoto, una pandemia o un colapso sin fecha de caducidad determinada. No se sabe cuándo ni cómo pero llegará y en ese instante necesitaremos resetear y volver a iniciar todo el sistema. Connie Willis en su divertidísima novela Oveja Mansa nos cuenta como una socióloga que analiza modas y tendencias y un experto en teoría del caos en vez de con macacos como pretendían terminan experimentando con ovejas. No hay nada más gregario que un rebaño pero tampoco percibían un líder claro. La que sin saberlo encauzaba los comportamientos del grupo era la oveja mansa; otra como las demás, sin nada especial, irreconocible para el rebaño y casi para los investigadores pero un poco más hambrienta, un poco más rápida y un poco más ansiosa que el resto.
En el mundo que vivimos sucede lo mismo, hay inconscientes disrruptores que nadie reconoce como líderes tal vez sólo un poco más rápidos o un poco más ansiosos pero que al final son los causantes últimos de que se produzcan nuevos escenarios o situaciones. Nadie sabe a ciencia cierta por qué todas las jovencitas modernas se cortaron el pelo a lo garçon en la Francia de los años 20 del pasado siglo, por qué en los parques en todo el mundo en los años 60 los adolescentes hacían equilibrios con el hula-hoop o por qué en el 2020 se viraliza un vídeo. Tampoco se sabe por qué se pasan de moda esos fenómenos.
En el libro El Poder del Desorden, Tim Harford nos muestra como el ajuste a circunstancias adversas o extremas puede conducir a resultados por impredecibles sorprendentemente buenos. Así nos cuenta como la leyenda del jazz de los años 70 Keith Jarret conmovido por el desconsuelo de una inexperta y casi adolescente promotora de espectáculos musicales accede a tocar con un piano desafinado. El calamitoso estado del instrumento le obligó a tocar de una forma muy especial, aporreándolo en ciertos instantes para que se escuchase desde las filas más altas del teatro. El resultado fue el Concierto de Colonia, probablemente la mejor interpretación de su vida y de cuya grabación vendió 3 millones de copias. También nos explica Haford como en el campo de batalla el general Romel, militar alemán que destacó por su valentía y sus victoriosas campañas en las dos guerras mundiales y popularmente conocido como el zorro del desierto, no temía enfrentarse a situaciones impredecibles. El secreto de sus victorias era su alta capacidad de adaptación y cambiar sin miedo de tácticas, estrategias y objetivos casi a tiempo real. En el ámbito de la política el reverendo Martin Luther King que para el sermón semanal de su parroquia solía dedicar 15 horas de preparación, por distintas razones (ya fuera la falta de tiempo o el dejarse llevar por la multitud que le escuchaba) realizó alguno de sus discursos más multitudinarios, conocidos y emotivos (“I have a a dream”, por ejemplo) casi de forma improvisada, bien es verdad que su experiencia y su talento preparando discursos durante años fue, sin duda, lo que le permitió alumbrar discursos tan inspirados sin apenas preparación previa.
Hablo de caos e inmediatamente vienen a mi mente imágenes de La Fiera de mi Niña, la disparatada, surrealista y divertidísima comedia de Howard Howks. Todos recordamos como reímos y en parte sufrimos (al menos los tímidos) con las peripecias de David Huxley (Cary Grant) un apocado arqueólogo de salón prometido con una rígida y convencional mujer cuya máxima aspiración es ensamblar el esqueleto de un brontosaurio. La casualidad hace que el día antes de su boda caiga en las redes de la caprichosa, adinerada y excéntrica Susan Vance (Katherine Hepburn), a su vez sobrina de una millonaria. La vida del arqueólogo se pondrá a partir de entonces patas arriba en una sucesión de situaciones absurdas y disparatadas; leopardos, huesos enterrados, detenciones policiales, diálogos desquiciados, vestidos que se rompen, esqueletos que se desmoronan y locura por doquier pero a la vez en una existencia monótona aparecen frescura, inteligencia, mordacidad, pasión, arrebato y vehemencia. Su vida ahora será más complicada pero seguro que tendrá más sabor.
Todo lo expuesto nos demuestra que sucumbir siempre a la disciplina del orden hace que nuestras vidas sean predecibles aburridas y no estaremos entrenados para afrontar las perturbaciones que inexorablemente encontraremos en nuestro devenir vital. Cualquier oveja mansa puede ser capaz de asumir un reto imposible, un viaje deslumbrante, una aventura al límite, leer, aprender, soñar, curiosear, compartir sentimientos e ilusiones, formar parte de algo más, y, por supuesto, enamorarse; el tsunami que provoca naufragios en los corazones, destroza los muros de la razón, hace que el cuerpo palpite al máximo nivel de agitación y todo lata al ritmo de un compás desenfrenado. El desorden está a nuestro alrededor acechándonos no hay motivos para temerlo, abracémoslo con pasión y regocijémonos en él.

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