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miércoles, 7 de noviembre de 2012

ESTAMBUL, PUENTE DE CIVILIZACIONES.

Estambul, antigua Constantinopla, fue capital de Bizancio (el impero romano de Oriente) hasta que cayó en manos de los otomanos en 1453. Enclavada entre Europa y Asia, es la ciudad más poblada de Turquía y la tercera mayor de Europa con unos 12 millones de habitantes. La megalópolis es un gran hervidero de personas y mercancías siempre al borde del caos, con grandes y espaciosas avenidas repletas de tráfico alrededor de sus impresionantes monumentos arquitectónicos.


Perdida entre las callejuelas de la ciudad vieja se encuentra el Gran Bazar, su austero diseño exterior y sus discretas entradas  no invitan a pensar en lo que realmente nos encontraremos dentro, 64 calles interiores, 16 patios y más de 4000 tiendas donde trabajan unas 20.000 personas ofertando artículos de joyería, orfebrería, alfombras y todos los productos y calidades imaginables,  verdaderos o de imitación. Lleva abierto desde 1455 cuando lo inauguró Mehmed II, por lo que, además de ser uno de los más grandes, es posiblemente el bazar más antiguo del mundo. Conviene entrar al lugar cargado de paciencia y dispuesto a regatear con firmeza, en el fragor de la lucha alguno de los comerciantes nos ofrecerá un té para aliviar la tensión, allí empezaremos a palpar el verdadero espíritu de esta ciudad milenaria.
A unos 10 minutos a pie del bazar y tras pasar por la plaza donde está el obelisco, antiguo hipódromo romano,  no nos pasará desapercibida La Mezquita Azul, la más importante de la ciudad, inaugurada en el año 1617 durante el mandato de Mustafá I.  
Causó revuelo desde su construcción ya que se le dotó de 6 minaretes igual que a la de la Meca, ciudad Santa del Islam. Finalmente a la de la ciudad de Mahoma se le agregó uno más para marcar la diferencia.

Al penetrar en el patio de la Mezquita Azul no nos quedará ninguna duda sobre la conveniencia de su nombre, los de 20.000 azulejos azules traídos desde Nicea que adornan la cúpula y la su parte superior le confieren un brillo azulado y una luz especial.
Ya en el interior del edificio sorprende la iluminación proporcionada por  más de 200 vidrieras y de las lámparas de araña que cuelgan del techo.
Toda la concurrida parte monumental suele ser frecuentada por los vendedores de te. Este tipo de comerciantes tradicionales son muy habituales por las calles de Estambul, igual que los que venden simit, las deliciosas roscas de pan de sésamo que acompañan la bebida. Es costumbre tomarlo de merienda junto con el té. No sería mala idea hacer un alto en el camino y alimentarnos con este apetitoso manjar antes de iniciar la visita a Santa Sofía, al fondo de la foto.


Santa Sofía es el símbolo de Estambul, construida durante el mandato de Justiniano entre los años 532 y 537 es  la obra cumbre del arte bizantino. Cuando la ciudad es conquistada en 1453 y pasa a formar parte del Imperio Otomano fue convertida en mezquita, dotándola de cuatro minaretes y en 1935 tuvo su última gran transformación pasando a ser un museo.


El interior de Santa Sofía es impresionante, ya no sólo por las descomunales dimensiones de la sala principal y la cúpula, sino por lo original de su atmósfera con la iluminación difusa, los enormes medallones decorativos que esconden los frescos cristianos de la época anterior y las columnas monolíticas que logran que experimentemos una sensación de sobrecogimiento.
Sorprende asimismo su excelente estado de conservación tras casi 1500 años de vida y múltiples transformaciones, el imponente edificio sigue resistiendo al tiempo y mostrándonos su fascinante historia.

 
Si hay realmente único en Santa Sofía son sus mosaicos, los mejores del periodo bizantino que posteriormente sirvieron de  referencia para todo el arte ortodoxo posterior.
A la entrada solo hay que levantar la vista para ver el mosaico bizantino más famoso del mundo, el Cristo pantocrátor, situado encima de la puerta principal.
Pero además, en la segunda planta podemos disfrutar de una interesante colección de mosaicos en muy buen estado. En la fotografía podemos observar uno de mis favoritos en el que se representan a Jesucristo, la Virgen María y Juan Bautista.
El palacio Topkapi, también muy próximo, es el emblema de la época imperial en Estambul y con su exceso de ornamentación y riqueza trata de mostrar al exterior el poder que alcanzó Constantinopla como sede del Imperio Otomano. Desde este fastuoso palacio los sultanes gobernaron su vasto impero hasta mediados del siglo XIX cuando se trasladaron al palacio Dolmabahçe.

El palacio Topkapi ocupa una enorme extensión, y siguiendo los cánones del estilo asiático que lo caracteriza está formado por varios pabellones independientes con diversos fines, sala de armas, cocina, establos reales, tesoro. Cuatro patios interiores vertebran todo el complejo arquitectónico. El Tesoro cuenta con alguno de los objetos más valiosos del mundo, como el diamante cucharero de 88 kilates o el puñal topkapi hecho en oro con esmeraldas incrustadas. En el harem vivían de 500 a 800 mujeres perfectamente adiestradas en las habilidades amatorias.

Acabada esta visita podemos encaminarnos a la parte nueva de la ciudad, para ello necesariamente tendremos que cruzar el puente Galata, basculante y con unos 500 metros de longitud. Se encuentra ubicado en el estuario conocido como el Cuerno de Oro que es un punto de constante tránsito y lleno de vida, en el que se pesca, se camina, se venden objetos de recuerdo o se pide limosna. Al fondo se divisa la Torre Gálata.






La Galata Kulesi es una de las torres más antiguas del mundo. Desde su parte más alta se obtiene una de las mejores vistas de Estambul.
La primera torre fue construida en madera en el año 528 para servir como faro y a mediados del siglo XIV fue reconstruida por los genoveses con el nombre de Torre de Cristo, desde entonces se ha convertido en la implacable vigía de la ciudad.

Pasada la torre nos encontraremos en pleno barrio de Pera, tradicionalmente el más europeo de Estambul. La calle Istiklal de casi 2 kilómetros de largo es el lugar de referencia en esta zona. En ella se encuentran no sólo su emblemático tranvía sino también tiendas de ropa o zapatos de estilo muy actual, así como cines, teatros, bares, restaurantes, cafeterías, librerías, y también numerosos rastros y mercados de pescado fresco u otros alimentos en las calles laterales. Por la noche hay un divertido pero a veces un tanto tenebroso ambiente nocturno, con discotecas y pubs abiertos hasta las primeras horas de la mañana.


El lado asiático de Estambul es el gran desconocido debido a su distancia al centro de la ciudad.
Allí podemos tomar un té en un promontorio con un parque y una terraza rodeada de una agradable zona verde mientras disfrutamos de la vista sobre sobre el Cuerno de Oro y admiramos los magníficos puentes que conectan el continente asiático con el europeo.


Este es uno de los puentes colgantes que une la parte asiática y la europea de Estambul atravesando el canal del Bósforo. Tiene una longitud más de 1000 metros y posee 6 carriles.
En la ciudad hay otro puente colgante situado a unos 5 kilómetros, durante las horas punta de tráfico ambos sufren grandes atascos.
Para evitarlos podemos volver a la zona europea en barco y así tendremos la oportunidad ver la fachada de los edificios desde el agua.


La fachada más bella del Palacio Dolmabahçe se contempla precisamente desde el Bósforo.  Fue el primero al estilo europeo construido en Estambul y sustituyó al palacio Topaki como residencia oficial de los sultanes en 1856. La parte más vistosa de su interior es la administrativa donde se encuentran los salones oficiales. El salón del Trono aún es utilizado en la actualidad para las recepciones del Estado.

Después de tanta visita podemos compensar con actividades más relajadas. Así al atardecer es recomendable dejarse caer por una tetería tradicional y fumar narguille o tabaco aromático de una cachimba, una costumbre que aún es posible practicar públicamente en Estambul, aunque la cantidad de establecimientos que ofrecen esta opción por desgracia está disminuyendo paulatinamente.


Ya por último, podemos rematar el día en un hammam (baño en árabe). Los baños turcos están emparentados con la tradición romana de socializar en las termas, pero su popularidad se mantiene hasta nuestra época.
Durante el siglo XVIII Estambul llegó a tener más de 150 baños. Un baño turco tradicional es una variante más húmeda de la sauna y se divide en varias partes de frío a caliente incluyendo limpieza exfoliante y contundentes masajes. El interior de los baños decorado en mármol tiene que ver con la capacidad de este material para conservar el calor.
Muchos están ubicados en edificios históricos y es posible encontrar algún hamman en funcionamiento inaugurado en el siglo XVI, todo un lujo y un encuentro con la historia.

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