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martes, 9 de marzo de 2021

CHEFCHAOUEN



De camino a Tetuán desde Fes hice una parada en Chefchaouen localidad situada en el Rif, en la zona en la que hasta mediados del siglo XX perteneció al protectorado español. Es por esa razón que muchos habitantes hablan español y es habitual ver carteles en nuestro idioma.
Este pueblo de montaña de menos de 50.000 habitantes fue fundado en 1741 por Moulay Ali Ben Moussa Ben Rached El Alami, quien se decía que era descendiente lejano de Mahoma. La mayoría de las casas están en una inclinada pendiente sobre la ladera convirtiendo la ciudad en un maravilloso enjambre azul.

El principal edificio religioso de la ciudad es la mezquita conocida como Le Grand Mosqué de Chefchaoen, se encuentra en uno de los extremos de la gran plaza Uta Hamam. Se construyó en el siglos XVI en tan solo 20 años y su principal minarete de forma octogonal le da un aire muy característico y especial.

Pegada a la mezquita está la fortaleza, conocida como la kasbah, fue construida para defenderse de los ataques portugueses, y a su alrededor creció la medina, como otras tantas en Marruecos un laberinto de callejuelas, casas y pasajes.

La torre de la kasbah es uno de los puntos más altos de la ciudad. Se puede acceder a la misma, desde la cual se aprecian unas vistas espléndidas de la ciudad.

La plaza Outa el Hamman, rodeada de cafés y restaurantes, es el lugar por el que accederemos a la ciudad (es la parada obligatoria de todo el transporte público) y al que debemos volver a encontrar si no queremos quedarnos atrapados para siempre en la envolvente red de laberintos y callejuelas que constituyen la esencia de la ciudad.

Hay varias versiones pero parece ser que fueron los judíos sefarditas expulsados de España por los reyes católicos y posteriormente instalados en esta zona los que empezaron a pintar las casas de color azul convirtiéndolo en el color de su barrio y luego en el de la ciudad.

Hay otra versión que dice que se hizo así para ahuyentar a los mosquitos, también que sirve para mantener las casas más frescas. Lo cierto es que ese color le da al pueblo personalidad propia y un aire único y auténtico.

La ciudad es hospitalaria, amigable y muy tranquila, sobre todo si la comparamos con otras de Marruecos. Fiel a su cultura rifeña el pueblo, pese a haber crecido en tamaño, mantiene su aire rural y ha evitado el tumulto.
Podemos transitar por sus estrechas calles, generalmente no demasiado concurridas, sin ser molestados apenas por los vendedores, guías informales y otra gente que se busca la vida a costa de los turistas que tanto proliferan en las estrechas medinas de otras localidades de Marruecos.

Su originalidad, la ausencia de vehículos, la paz que trasmite, el aire puro de las cercanas montañas o la vestimenta tradicional de la mayoría de habitantes crean una atmósfera especial en la que parece que el tiempo se ha detenido.

Dada su forma irregular es imposible guiarse en ella con un mapa. La mejor forma de conocerla es deambular por sus intrincadas calles y perderse por ellas, así nos iremos encontrando pequeñas y sorprendentes maravillas que el pueblo esconde.

En muchas esquinas irán apareciendo hermosas fuentes, perfectamente mimetizadas con los edificios. Además de su función práctica es destacable el trabajo de yesería, la ornamentación y su color azul como el resto de la medina.

La Plaza El Hauta con su fuente es uno de los pocos lugares abiertos en este laberinto de callejuelas. Y también uno de los puntos estratégicos donde podemos ver el contraste entre las pequeñas casitas y las montañas del Rif como imponente fondo. Realmente es impresionante el priviligiado enclabe en el que se encuentra esta pequeña villa.

Muchos callejones decoran sus paredes con macetas de colores, tampoco os dejarán indiferentes las puertas. La pequeña ciudad es un espacio en armonía y los vecinos contribuyen a enbellecerlo con encantadores detalles.

Edificios de gran interés cultural son también sus lavaderos, aún en uso ya que muchas de las casas no poseen agua corriente.
Desde tiempo inmemorial constituyen un centro de reunión y de socialización para las mujeres que son las que cargan con la responsabilidad de este duro trabajo. Ras el-Maa es el nombre del manantial que abastece de agua potable a Chefchaouen y también el de este lavadero.

Para volver a la plaza principal, y tras varios fallidos intentos, pedí ayuda al dependiente de una tienda, amablemente me acompaño hasta el lugar que le enseñé en una foto en mi cámara y rehusó cualquier propina. Un ejemplo de ayuda desinteresada muy distinto al que experimenté en otras partes del país.
Chefchauen tiene la dosis justa de aventura, exotismo y serenidad que lo convierten en un lugar altamente recomendable.

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